Los herederos de la Humanidad by A. Thorkent

Los herederos de la Humanidad by A. Thorkent

autor:A. Thorkent [Thorkent, A.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 1981-06-14T16:00:00+00:00


CAPÍTULO VII

—¡Eh, salgan de ahí! —grité.

Nos habíamos detenido delante de la casa de la cual partía un hilo de humo de su chimenea.

Miré nervioso el conjunto residencial. Aquello era un colegio, no cabía duda. El jardín que rodeaba las casas estaba cuidado y por un momento creí que olía a estofado.

Me impacienté y caminé unos pasos por la vereda en dirección a la casa. Las persianas estaban echadas.

Llevaba en bandolera la escopeta, pero desde hacía un rato sabía que en aquel lugar no iba a hacernos falta. Había demasiada paz, tranquilidad. El área era extensa y por un momento olvidé la realidad, que aquello no era más que un trozo limitado de nuestro mundo.

Me volví un poco. Los coches estaban fuera de la verja de hierro. Los demás me miraban expectantes, a la espera de acontecimientos.

De pronto la puerta principal empezó a abrirse. Empecé a aligerar el paso y a sonreír.

Me cogió por sorpresa, pese a la lentitud con que hizo su aparición aquella muchachita delgada, espigada, que empuñaba una escopeta de caza, enorme para sus manitas.

—Quédese ahí —dijo con evidente temblor en la voz—. Si se acerca le disparo.

Inmediatamente pensé que ella no sería capaz de dispararme a sangre fría, pero si se ponía nerviosa su dedo podíase curvarse sobre el gatillo y producir un doble disparo. Yo estaba demasiado cerca para pensar en la posibilidad de que las dos perdigonadas fallasen.

—Hola, muchacha —sonreí—. ¿Por qué me apuntas? No quiero hacerte daño. Venimos de Droomville. ¿Sabes dónde está?

Ella aspiró aire y alzó la escopeta. Seguía temblando y yo persistía en mi temor de que se le escapasen los disparos.

—Claro, pero Tennessee no existe —replicó con voz hueca—. No existe nada. ¿Por qué han vuelto? ¡Déjennos tranquilos! Ya nos han robado todo lo que podían.

Aquellas palabras me desconcertaron. La chica parecía tener unos conocimientos profundos de lo que nos estaba sucediendo. Y nos confundía con otros, que al parecer les habían hecho daño.

Entonces las persianas se movieron y varias cabecitas atisbaron desde el otro lado de los cristales. Eran niños y niñas. Todos tenían una profunda expresión de miedo y mezcla de curiosidad.

—¿Cuántos sois? —pregunté.

—¿Qué te importa? ¡Váyase y déjenos en paz!

Mirando por encima de sus pequeños hombros, observando a los pequeños, seguí caminando. De soslayo vi su expresión de angustia agitando la escopeta.

Ya no podía retroceder. Confiaba en llegar a su lado y de un manotazo arrebatarle la escopeta de entre las débiles manos.

Pero ella reaccionó de forma inesperada cuando estaba a punto de darle el golpe. Dejó caer el arma y retrocedió de espalda, hasta tropezar con el marco de la puerta.

Sin dejarla de mirar me agaché y tomé la escopeta. La abrí.

Estaba descargada.

La chica empezó a sollozar y yo terminé de acercarme a ella y empecé a acariciarle su trigueño pelo.

—Cálmate. No somos quienes piensas. Venimos del Este. ¿No hay personas mayores con vosotros?

La chica se agarró a mí y negó con la cabeza. Entonces empezaron a salir los chicos. Los fui contando. Eran veinte. Once chicas y nueve chicos.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.