Los cuerpos de la habitación roja by Iñigo Aguas

Los cuerpos de la habitación roja by Iñigo Aguas

autor:Iñigo Aguas [Aguas, Iñigo]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Grupo Planeta
publicado: 2020-01-27T23:00:00+00:00


24

Alex: ¿A qué juegas, Eric?

Alex: Contéstame. Te estoy llamando.

Alex:??????

Alex: Te voy a matar.

Alex: Hijo de puta.

Alex: Hola????????

Alex: Maldito maricón.

Alex: CÓGEME EL PUTO MÓVIL.

Alex: Ya te ha reventado el culo???

Alex: Subnormal.

Alex: Eric, perdona.

Alex: Joder, perdón. En serio.

Alex: Soy gilipollas.

Alex: Va, cógeme el móvil, tío.

La última es reciente, de hace apenas tres minutos.

Vuelvo a ver la foto que le he enviado. Se intuye que los dos estamos desnudos, aunque de Carlos solo se vea el pelo rizado y su huesuda espalda; y en mi caso, parte del pecho, cuello y boca. La imagen se recorta justo a la altura de mi nariz.

Sabías que esto iba a pasar. Que se pondría así.

Gala: Alex acaba de echarme de su casa. Te juro que estábamos genial y de repente se le ha cruzado el cable. No entiendo nada.

¿Estás contento? ¿Te sientes mejor?

Me siento mejor, sí.

Eric, lo que has hecho...

Lo sé.

Alex vuelve a llamarme.

—¿Dónde estás?

—Buenas noches.

—No me jodas, Eric. Dime dónde coño estás.

Giro de forma teatral, paseando la mirada por los altos edificios. Entonces me doy cuenta de que él no me ve y que ha sido en vano. No importa.

—Sinceramente, no sé cómo se llama esta calle.

—Mándame tu ubicación en tiempo real.

—No.

—Eric, espero que entiendas que no te lo estaba preguntando.

—Que te den.

—Diría lo mismo, pero creo que de eso ya se ha encargado el ricitos de oro.

—¿Y tú, ya te has encargado de tener condones en el cajón?

—No han hecho falta. No hemos hecho nada.

—Ja.

—Vamos, no me hagas pedírtelo más veces. No tengo toda la noche y mi paciencia se agota.

—¿Para qué quieres que te la envíe?

—Para ir a buscarte.

—¿Y por qué quieres hacer eso?

—Pareces tonto, Eric. ¿Por qué va a ser? Porque necesito asegurarme de que vuelves bien a casa.

—Puedo hacerlo yo solito, ¿sabes? No necesito tu ayuda.

—Me da igual lo que necesites ahora mismo. Envíame la maldita ubicación. ¡Ya!

Un remolino de aire frío sacude mi ropa y yo aprieto los dientes. Las ramas desnudas de los arboles recortan el cielo, pareciendo intentar arañarlo con electrizantes movimientos. En ese momento el miedo me pilla respirando y aprovecha para meterse dentro de mí.

Todo está demasiado oscuro.

—Está bien, acabo de enviártela.

No contesta nadie al otro lado de la línea.

—¿Alex?

Después, me doy cuenta de que ya ha colgado.

Intento llamarlo, pero no vuelve a cogerme el teléfono.

Me siento en el suelo y me abrazo, esperando a que venga a por mí.



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