Los Baroja by Julio Caro Baroja

Los Baroja by Julio Caro Baroja

autor:Julio Caro Baroja [Caro Baroja, Julio]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 1996-12-31T16:00:00+00:00


CAPÍTULO XXI

EL COMIENZO DE LA GUERRA

Cuando andaba yo metido en la vida universitaria, Vera e «Itzea» seguían teniendo para mí el mismo encanto que cuando era niño, aunque buscaba en otras fuentes y en otras relaciones la razón de mi acomodo. Llegado el verano, sumergirse en la biblioteca de mi tío era una delicia. Hablar con él de tú a tú casi, otra delicia, aún mayor si cabe. Pero esto iba a durar relativamente poco. Y fueron largas horas de zozobra las que hube de pasar después, también en Vera, compartidas, con parte de los míos y con algunos amigos que han llegado a ser como familia. De 1936 a 1939 muchos murieron, otros vivimos en estado agónico. Yo pasé de cumplir veintidós años a los veinticinco sin tener ni ocasión de pensar que vivía en plena juventud y cuando acabó el retiro hube de vivir lo que quedó de aquella edad míseramente, aunque bajo otro tipo de miseria.

Desde que comenzó el conflicto tuve dos hogares: «Itzea» y la casa de los Larumbe, «Arosteguia». Ya me había sido familiar en la adolescencia, pero entonces la reagrupación de las personas bajo las presiones exteriores me hizo apreciar más el calor que allí encontré y he encontrado siempre. Durante años y años, cuando llego a la puerta de hierro que da a la escalera de la huerta de «Arosteguia», corro el cerrojo y pienso: «Una vez más estoy aquí. Una vez más voy a repetir la visita a los amigos. Ya es algo».

En 1936 la familia Larumbe-Leguía estaba constituida por la madre, doña Javiera, Conchita y Javier: dos hijos supervivientes solteros. La otra hija, Lolita, vivía en Pamplona, casada con un farmacéutico, Félix García Larrache. En San Sebastián vivía la viuda de Rafael, que tenía una niña: Mari Tere. La viuda, Emilia, y la niña pasaban largas temporadas en Vera.

La familia Larumbe había sufrido varias desgracias hacía poco.

El hijo menor, Manolo, había muerto a los treinta y tantos años a consecuencia de unos quistes hidatídicos multiplicados sin cesar. Creo que fue el primer alcalde republicano de Vera y aunque la familia era conservadora en esencia, esta era una «ficha». Otra la de que el farmacéutico de Pamplona, un hombre de religiosidad extremada, decían que tenía cierta simpatía por los nacionalistas y, por otro lado, el hermano de este, Rufino, era republicano. El caso es que en Vera, doña Javiera, delicada, imponía una ley severa familiar a todos y que Conchita vivía dentro de un rigorismo absoluto para sí, más que para los demás. Javier, que llegó a ser muy amigo mío, pese a la diferencia de edad (más de quince años), era por entonces un tipo clásico de hidalgo rural, soltero, muy aficionado a la arboricultura y a toda clase de experiencias campestres. Tenía un gran gallinero, colmenas, árboles frutales cuidados, hacía sidra y jugaba a la pelota. También había tocado el «chistu» y nunca había querido meterse en política, ni local ni general. Era un hombre amable en esencia, sin posibilidad



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