Lo que no cuentan los muertos by Inés Plana Giné

Lo que no cuentan los muertos by Inés Plana Giné

autor:Inés Plana Giné [Plana Giné, Inés]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2021-11-09T16:00:00+00:00


Capítulo XVIII

Julián había soñado tristeza. Acunaba a Carlota entre sus brazos y la bebé le miraba, le sonreía, agitaba sus pequeños brazos y le rozaba el cuello, piel con piel, pero él sabía que estaba muerta y, consciente de la verdad, la estrechó contra él y la besó en la frente hasta que su pequeña figura se diluyó en su regazo. Se despertó con el abatimiento de quien abre los ojos al día siguiente de la muerte de un ser querido y la realidad le ubica exactamente en el punto del mapa donde residen las ausencias. Eran las seis de mañana, había dormido apenas tres horas, alargó la madrugada persiguiendo por las redes a Adelaida —primero— y completando los informes y las notas del interrogatorio para el juez —después—, pues aquella misma mañana trasladarían al juzgado a Luismi y a Lorell para que el magistrado les tomara declaración. Antes de acudir a la sede judicial ya tendrían el retrato robot de Leoncio, para distribuirlo por los cuarteles y comisarías. Tresser confiaba, además, en que Luismi detallara los días y las horas en las que se había encontrado con él en lugares públicos, para rastrearlo a través de las cámaras de videovigilancia y captar su imagen real.

Se iniciaba el segundo día de investigación desde que el capitán y su equipo de la UCO habían llegado a Valencia. Rita seguía secuestrada y nadie había intentado entrar en la hostería para dejar una segunda nota. Tendría que hacer la llamada perdida ese mismo día. «Cuando el riesgo sea mayor que el beneficio», le había dicho su comandante. Quizá eso ya estaba a punto de suceder. Julián se afeitó, se duchó y se preparó un café, no sin antes comprobar que las chicas dormían profundamente, sin sobresaltos. Reparó en la mochila de Fanny en el suelo, junto a la cama, y luchó contra la tentación de abrirla. Le preocupaban sus cambios de ánimo y sospechaba que abusaba de la medicación. Recelaba de aquella ciclista que se había encontrado con ella dos veces en pocos minutos el día anterior, recién llegada a Valencia y sin conocer a nadie. «Me ha preguntado por una calle», se había justificado. No le parecía verosímil. ¿Era ella la que le suministraba más medicamentos de los que le había prescrito el médico? No tenía derecho a registrar su mochila, pero a la vez quería saber si estaba a las puertas de una adicción. Finalmente, optó por dejarlo para otro momento. No quería arriesgarse a ser descubierto actuando como un guardia civil si Fanny o Luba se despertaban, pero se tomó su café dándole vueltas al asunto. Y también a otra cuestión: Melinda, la directora del centro-refugio para mujeres prostituidas en Madrid, que se ocupaba también de gestionar las ayudas sociales para las víctimas de la trata y de facilitarles un trabajo, le había comentado días antes a Julián que la muchacha ya no trabajaba en la pastelería. A la encargada no le gustaba Fanny, afirmaba que era lenta trabajando y cometía errores.



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