Letra torcida, letra torcida by Tom Franklin

Letra torcida, letra torcida by Tom Franklin

autor:Tom Franklin [Franklin, Tom]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2010-03-15T16:00:00+00:00


8

Silas se adelantó al ajetreo de la hora punta del almuerzo y consiguió un reservado en un rincón. Dejó el sombrero a un lado y esperó, mirando por la ventana el decrépito edificio del juzgado de la acera de enfrente, con sus ventanas arqueadas y sus columnas, los abogados blancos trajeados que bajaban por un extremo de la larga escalinata de hormigón y las familias de los negros que iban a ser condenados o absueltos que descendían por el otro. La puerta de la cafetería se abrió y entró un grupo de señoras blancas, todas hablando a la vez. Silas solía evitar aquel sitio, su madre había atendido aquellas mesas durante más de veinte años y le había llevado las sobras para cenar tantas veces que al final había acabado detestando la comida. Pero hoy la cafetería le resultaba reconfortante. Tal vez era lo más cerca que podía llegar a sentirse de Alice Jones, muerta desde hacía muchísimo tiempo con todos sus secretos. Y los suyos.

Una camarera joven con pechos enormes y delineador azul llegó con una jarra de té helado en cada mano.

—¿Qué tal, 32 Jones? ¿Dulce o sin?

—Dulce, por favor, señora —⁠dijo él, dándole la vuelta a uno de los vasos que había sobre la mesa para que se lo llenara y tratando de recordar su nombre.

—Ya he visto que sales en el periódico —⁠dijo ella⁠—. En ese artículo sobre M&M.

—Sí, ¿eh? —Se había olvidado de que ese día salía el Beacon Light. Así que no se mencionaría lo de la serpiente de cascabel del buzón. Con cadáveres y chicas desaparecidas, no despertaría el menor interés. Al ser un periódico semanal, la noticia de que habían disparado a Larry tardaría aún en publicarse.

—Ajá —dijo ella—. ¿Ya sabes lo que vas a pedir?

Le dijo que estaba esperando a Angie y, todavía devanándose los sesos para recordar cómo se llamaba, con miedo a mirarle los pechos, donde llevaba la etiqueta con su nombre, abrió el teléfono. La chica ya se había ido a atender otra mesa. No había llamadas. Volvió a cerrarlo y se puso a darle sorbos al té hasta que la puerta se abrió y entró Angie. Incluso con la camisa azul claro del uniforme y los pantalones azul marino, estaba guapa, la boca ligeramente ladeada y el pelo trenzado. Le gustaba que nunca se maquillara ni se hiciera la manicura. Se levantó y se dieron un beso rápido, luego se deslizaron en el reservado, uno frente al otro.

—¿Mucho trabajo?

—Mientras tú no me llames, no —⁠dijo, sacando uno de los gigantescos menús plastificados de su soporte⁠—. ¿Qué te apetece?

—Con este té voy que chuto.

Ella lo miró por encima del menú.

—No seguirás descompuesto por lo de ayer, ¿no?

—No —dijo él—. Hace un rato me zampé dos perritos calientes de Marla.

—Madre del amor hermoso, 32. ¿Quieres que llame a Tab para que se traiga el desfibrilador?

La camarera volvió y le rellenó el vaso hasta arriba.

—Hola, Shaniqua —dijo Angie.

—Hola, nena. ¿Cómo te las has arreglado para hacer que este hombre venga a comer aquí?

—Ya sabes que hace todo lo que le digo.



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