Las ratas y el Mar que Gobierna by Robert V. S. Redick

Las ratas y el Mar que Gobierna by Robert V. S. Redick

autor:Robert V. S. Redick [Redick, Robert V. S.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2009-11-05T00:00:00+00:00


CAPÍTULO 22 Mala medicina

20 Freala 941

129.º día de navegación desde Etherhorde

Al llegar la aurora, el Chathrand ya no se encontraba solo.

Aunque nada escucharon, ni vieron aproximarse a navío alguno bajo la luz de la luna, antes del amanecer un pequeño cúter de un solo mástil se acercó a ellos, quizá después de rodear una de las Laderas Negras o de zarpar de algún amarradero oculto, situado en la propia Bramian.

Avanzaba a sotavento y cada vez estaba más cerca. El vigía lanzó un grito de aviso, y el oficial de guardia dio una fuerte chupada de su pipa. Los arqueros se apostaron a toda prisa en las plataformas de combate del Chathrand.

El cúter tenía algo más de diez metros de eslora. De cordaje y cuadernas elegantes, su silenciosa tripulación manejaba las velas proeles con destreza, haciendo que el buque se desplazase suavemente sobre las olas. Poco a poco iba aproximándose al Gran Buque.

El señor Alyash subió a la cubierta superior y ordenó a los arqueros que se retiraran.

—Lancen la escalerilla, caballeros. Timonel, tenga la amabilidad de mantener el rumbo sin sobresaltos.

La escalerilla con forma de acordeón bajó culebreando por el casco. Los tripulantes de cúter estaban en tensión, porque, si la deriva les acercaba demasiado al Chathrand, pasarían bajo su quilla y se hundirían. Era evidente que querían evitarlo. El timonel de la embarcación más pequeña luchaba contra las olas, dando órdenes a los hombres del estay. La distancia se hacía cada vez menor: cuatro metros, tres metros…

De repente, un hombre salió volando desde el cúter. Salvó la distancia y se agarró a la escalerilla con ambas manos, golpeando el casco del Chathrand. Durante un instante, quedó cubierto por una ola; luego, cuando cabeceó el Gran Buque, su cuerpo se asomó por encima del agua. Alyash, que observaba desde arriba los progresos de aquel hombre, le oyó reír a pleno pulmón.

El cúter cambió rápidamente de rumbo. El hombre de la escalerilla subía por ella con bastante facilidad. El agua caía a chorros de sus cabellos grises, que tenía sin recoger, y de la envainada espada que llevaba en bandolera por detrás de su espalda. Cuando estaba a unos diez metros por debajo de la cubierta superior, levantó la mirada hacia Alyash y preguntó con voz tonante:

—¿Es usted el nuevo contramaestre… el sustituto de Swellows?

—Sí, señor —la voz parecía sobresaltada.

—Abra el portón medio. No hay manera de subir a bordo.

—Lo dejamos asegurado al entrar en el Nelluroq, señor…

—Ábralo. Y asegúrese de que Elkstem toma rumbo norte para rodear el Penacho de Arena… inmediatamente, allí hay una ensenada.

—¿La cala del Penacho de Arena? —farfulló Alyash—. Pero, señor, el arrecife bloquea la entrada, no hay manera de llegar a ella.

—No sea necio, ya no existe el arrecife. Lo volamos hace seis meses. ¿Dónde está el capitán? ¿Qué desaguisados ha hecho ese maldito brujo? ¿Y qué diablos le ha pasado al hijo del Shaggat?

—Ha… quiero decir…

—No importa, écheme una mano. ¡Por los dioses de la noche, qué feo es usted!

Alyash se ruborizó. Aun así, se



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