Las niñas perdidas by Cristina Fallarás

Las niñas perdidas by Cristina Fallarás

autor:Cristina Fallarás [Fallarás, Cristina]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2010-12-31T16:00:00+00:00


23

Victoria González despertó con los primeros claros del día y tuvo que correr para no vomitar en el pasillo. Había pasado una noche de perros agarrada a su panza. Los pocos ratos que había logrado conciliar un sueño espeso, la flaquísima Adela Sánchez de Andrade se le mezclaba con el Conseguidor y la niña de las uñas rojísimas en numeritos sexuales de dolor extremo. Se sentó en el suelo del cuarto de baño, todavía agarrada a la taza del váter donde un minuto antes había echado algunas bocanadas de nada, pura bilis, a esperar que se le pasara el tembleque. No podía retirar de su cabeza las imágenes soñadas, Adela Sánchez de Andrade tan indefensa en manos de aquellas dos bestias, el hombre y la niña-mujer. Sabía bien de qué trataba todo aquello. La inquietud por encontrarse de nuevo con el Santo había relegado a la madre de las niñas muertas, su encuentro con ella, a un segundo plano, pero estaba ahí. Se le había quedado dentro y ya salía. Recordó el bienestar que le produjo estar sentada en aquel banquito de los jardines del Hospital de Sant Pau, frente al desasosiego de la visita a las Viviendas Nuevas, y pensó en la locura. Exactamente pensó que nunca se había parado a pensar en la locura y que probablemente la locura no era un señor con un gorrito de papel de periódico en la cabeza y un cornetín en la mano. Admitía que la locura tenía otras caras, poses menos forzadas y rictus cotidianos, pero aun así, Adela Sánchez de Andrade no le pareció una loca, como se empeñaba el comisario Estella, no al menos una loca como ella tenía catalogado que tenía que ser una loca. A aquella mujer le habían quitado a sus dos hijas una mañana y ya nunca más las había vuelto a ver, al menos vivas. Eso tenía entendido. Según sus informaciones, la policía entró en el domicilio de la familia hacia media mañana respondiendo a una denuncia que acusaba a la madre de negligencia. Efectivamente, cuando echaron la puerta abajo se encontraron a Adela completamente ebria, semiinconsciente, ovillada en un rincón del salón, y a las dos niñas campando a sus anchas por la casa, una de ellas cagada y meada. El informe se entretenía en describir pis de la niña en medio del pasillo y algunos restos fecales aquí y allá. Eran datos de impacto, claro, los restos fecales de una niña de tres años y su descuido, un pasillo meado, son datos que impresionan. ¿Quién no iba a resultar golpeado con aquello? Una madre borracha y seguramente drogadicta que deja que las niñas vivan entre la mierda, enunció. Algo así. Pero una denuncia significaba intención, y quien la hubiera hecho tenía que conocer al menos el pis y la caca de aquella criatura. Estas cosas se suelen hacer «por el bien de las menores».

Hay demasiadas cosas que se hacen por el bien de los menores, pensó Victoria mientras se despegaba del inodoro y recuperaba con dificultad el equilibrio vertical.



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