Las mujeres que me han jodido la vida by Noe Casado

Las mujeres que me han jodido la vida by Noe Casado

autor:Noe Casado [Casado, Noe]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Erótico, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2020-12-31T16:00:00+00:00


* * *

Los hoteles de lujo no me resultaban desconocidos, ya que mi jefa no se alojaba en ninguno de menos de cuatro estrellas, aun así, nunca lograba conciliar el sueño en ellos y aquella noche no fue una excepción.

Admito que hasta a aquel momento, tras echar el polvo con Belinda, siempre prefería regresar a mi modesto apartamento, aunque eso supusiera no disfrutar de los lujos del establecimiento de turno. En realidad, me daba igual si debía tirármela en un motel de carretera o en un hotel de cinco estrellas, cumplida la misión, ¿qué más daba?

Tras disfrutar del baño con gayola incluida, nos metimos en la cama desnudos. Nuestra primera intención era descansar, sin embargo, a media noche Chelo me despertó al subirse a horcajadas sobre mí y provocarme hasta que se me puso dura para echar otro polvo.

Fue uno lento, casi perezoso, incluso mecánico, pues apenas hice nada. Sin caricias ni besos, meterla en caliente, y, pese a todo, me dejó satisfecho. Pero no agotado, porque al despertarme continuaba en pie de guerra. Estiré el brazo en busca de Chelo y me encontré con la cama vacía. Sentí una especie de pánico al pensar que se había largado, sin embargo, me relajé cuando la vi salir del cuarto de baño envuelta en una toalla. Se quedó de pie frente a la cama con una sonrisa que interpreté como tímida.

—¿Qué estás mirando?

—A ti —murmuró, y de nuevo noté aquella inoportuna sensación de que Chelo era más importante para mí que cualquier otra mujer—. Me gusta mirarte, déjame disfrutar de ese pequeño placer.

—De acuerdo, disfruta entonces… Aunque no sé yo si es muy pequeño.

Aparté la sábana, que me contemplara a placer. Me estiré y adopté una postura cómoda, como si estuviera tumbado a la bartola, con los brazos doblados bajo la cabeza.

Ella se sentó en el borde de la cama y comenzó a acariciarme la pierna, un movimiento suave, evitando por supuesto mi erección.

—He estado pensando en nosotros —murmuró sin mirarme—. En lo que ha ocurrido en esta suite, en lo que he sentido.

Disimulé bastante mal mi inquietud al escuchar aquello.

No era el momento de hablar de nada, habíamos pasado la noche juntos, revueltos, nada más. Después me marcharía a casa y listos. Un buen polvo de fin de semana, como otros tantos. Nada de empezar a comerme la cabeza.

—No voy a volver con Humberto —añadió, y eso sí me preocupó.

—¿Es eso cierto?

—No puedo ser tan idiota, tienes razón.

—Chelo…

Levantó una mano para hacerme callar.

—Escúchame. No debí dejarte aquel día. Mirar hacia otro lado y fingir que no sentía nada por ti fue un error imperdonable. Ahora lo sé. Lamento haber tardado tanto en darme cuenta, pero las cosas suceden por algo y esta noche que hemos pasado juntos ha significado para mí mucho más de lo que pensaba —dijo, y vi cómo intentaba contener las lágrimas.

¿Qué se suponía que debía decir yo para quedar bien?

Joder, nunca creí posible que Chelo admitiera algo semejante. Y mira que en más de una ocasión mi mente vengativa había imaginado escenas en las que ella me decía algo parecido.



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