Las malditas by Stacey Halls

Las malditas by Stacey Halls

autor:Stacey Halls [Halls, Stacey]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2020-01-15T16:00:00+00:00


13

La ventana de la habitación que ocupábamos Alice y yo daba a la fachada delantera y dominaba sobre la extensa floresta poblada de perdices y faisanes y sobre la pendiente que la surcaba por la mitad y ascendía hasta la casa. Una mañana, oí un repiqueteo de cascos en el exterior y pensé que Richard por fin había venido. Sin embargo, apostada en el marco de la ventana y escudriñando por el cristal, distinguí a una mujer joven que lucía un hermoso vestido verde guisante y un pecho con el que solo podía soñar, que desmontaba de su caballo mientras otra, más plana y ataviada de color escarlata, esperaba junto al suyo. Ahogué un grito cuando las reconocí.

—Han venido las hermanas de Richard —informé a Alice, con la voz entrecortada por el pánico.

Esa mañana me había levantado tarde, me sentía acalorada y perezosa, y acababa de terminar el desayuno aún en camisón. Me despegué de la ventana de un brinco y empecé a colocarme los rizos del pelo. Mi madre había ido al pueblo y no sabía cuándo volvería, de modo que tendría que ejercer de anfitriona.

La señora Anbrick, el ama de llaves, vino a la puerta del dormitorio y llamó enérgicamente.

—Señora, vuestras cuñadas han venido de visita.

El ama de llaves era una mujer cálida, agradable, de piel suave y ojos chispeantes. No entendía cómo ella y mi madre se llevaban bien. Por el tono de su voz parecía ilusionada, impresionada, incluso; las visitas no eran frecuentes en esta casa. Le di las gracias y cuando el ruido de las pisadas se hubo desvanecido, me volví hacia Alice y le dije en voz baja:

—Que no te vean. Lo más sensato sería que no te movieras de aquí.

—Pero no saben quién soy, ¿verdad?

—No, pero son unas cotorras y tienen un olfato de sabueso para los rumores, así que mantente apartada de su camino.

Cerré la puerta tras de mí.

Eleanor y Anne estaban sentadas en el salón de mi madre, donde el fresco nunca se iba del todo. No obstante, la sala gozaba de una vista agradable sobre el anticuado jardín de nudo de la parte trasera de la casa, cuyo propósito era más funcional que estilístico, pues solo las flores más recias resistían la altura de estos páramos ventosos.

Las dos hermanas de Richard compartían su cabello claro y sus ojos glaucos, pero Eleanor era hermosa, y Anne, anodina.

—¡Fleetwood! —cacarearon cuando entré.

Ambas repararon enseguida en mi vientre, donde mi vestido sin mangas se abría y dejaba a la vista la tensa esfera de tela plateada. Nos besamos y tomé asiento junto a la ventana, tenuemente bañada por el sol.

—Nos llegaron rumores de que estabas aquí, ¡y eran ciertos! —dijo Anne con descaro—. ¿Y sin Richard?

—Así es, sin Richard. —Intenté forzar una sonrisa—. ¿Cómo os habéis enterado?

—Estábamos en casa de unos amigos en Kendal, ¿conoces a los Bellingham de Levens Hall? —Negué con la cabeza—. Una de sus criadas es la prima de una de las tuyas de aquí, una de la cocina. Apenas



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