Las joyas de los Romanoff by Maxwell Grant

Las joyas de los Romanoff by Maxwell Grant

autor:Maxwell Grant
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Intriga
publicado: 1932-08-09T23:00:00+00:00


CAPÍTULO XI

MOTKIN CONOCE A LA SOMBRA

HABÍA, vuelto a caer la noche sobre Moscú. Tiempo hacía que terminara el tumulto de la noche en que Senov diera su golpe maestro. Tres días habían pasado desde que los saqueadores desvalijaran la cámara tan estrechamente vigilada.

Iván Motkin estaba pensando en los acontecimientos que siguieron a todo esto al caminar rápidamente hacia su residencia. Seguía adornando su semblante el gesto de hosquedad. Los asuntos habían ido bien y mal para él.

La corazonada que había tenido de que le ordenarían que recobrase todo lo robado, había resultado cierta. Tal era el trabajo que le habían asignado. Pero, con poderes absolutos a su disposición, no había logrado descubrir ni el menor indicio del paradero del tesoro.

Se creía que los jefes-uno de ellos por lo menos-habían huido en avión. Las tropas bolcheviques habían dado una batida, deteniendo a cuantos despertaban sospechas de ser agentes zaristas. Ninguno de ellos había sido capturado vivo; todos lucharon hasta morir.

El Destino se había complacido en jugar un extraño juego con Iván Motkin.

Durante aquellos ocho días, mientras sus subordinados buscaban en vano alguna pista, él tenía en su poder la única persona cuyo testimonio pudiera resultar la pista ansiada. Sin embargo, no le había sido posible interrogar a su prisionero.

EL hombre había estado oscilando, aparentemente, entre la vida y la muerte.

Malherido en su lucha con los soldados, se estaba reponiendo ya; pero parecía demasiado débil para ser interrogado.

AL entrar en el primer piso de su casa se encontró con Gregori, el hombre que le servía de chófer. Antes de que el funcionario pudiera hablar, Gregori alzó la mano, como avisándole.

Un hombre fornido y barbudo bajaba la escalera. Era el médico a quien había llamado Motkin para que asistiera al cautivo.

—¿Cómo está el paciente, doctor? —preguntó.

—Mucho mejor-respondió el interpelado —. Ha dejado de delirar. Ha mejorado mucho; pero parece débil.

—¿Puedo hablar con él?

—Ahora no; pero mañana podrá con toda seguridad. Está durmiendo y no puede despertársele hasta por la mañana. Ha pasado ya el peligro. Pronto estará bien. Pero, si se le despertara ahora, pudiera volverle la debilidad muy aprisa.

—¿Volverá usted mañana?

—Si no es absolutamente necesario, no. Con darle las atenciones debidas, irá mejorando, de día en día.

Motkin vió marcharse al médico. Como muchos otros hombres de carrera de Moscú, a aquel se le había creído en otros tiempos, partidario de los zares.

Motkin había hecho mucho porque viviera seguro bajo el régimen soviético.

Sabía que podía confía en su silencio absoluto.

Cuando Motkin llegó a su cuarto del piso superior, Prensky entró a verle y le repitió lo que había dicho el médico. El prisionero dormía tranquilamente.

Sonó el timbre del teléfono antes de que Motkin pudiera responder.

La voz de Motkin era un gruñido al contestaba al teléfono. Luego cambió de entonación. Prensky comprendió que hablaba con algún superior. Vió iluminarse los ojos de su jefe al hablar éste rápidamente.

—¿Sí? ¿Has recibido un informe de París? ¡Ah!... Michael Senov... Sí; había desaparecido... ¿Qué nuestros agentes le han visto en París? Bien... Iré... pronto... sí; pronto.

Los ojos de Motkin brillaron con astucia.



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