Las hojas caídas by Wilkie Collins

Las hojas caídas by Wilkie Collins

autor:Wilkie Collins [Collins, Wilkie]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 1878-12-31T16:00:00+00:00


Capítulo 6

Rufus y su joven amigo caminaron juntos, en silencio, hasta llegar a una amplia plaza. Allí se detuvieron luego de llegar al punto en que les sería necesario emprender caminos distintos para volver a sus respectivos domicilios.

—Sé de un consejo que debo darle, hijo mío, al menos en privado —dijo el natural de Nueva Inglaterra—. El barómetro colocado tras su chaleco apunta a un estado anímico sin duda deprimido, al menos en lo que a la moral se refiere. Véngase conmigo a mi domicilio; creo que le vendría de perilla un buen cóctel de whisky.

—No, se lo agradezco mucho, mi querido compañero —respondió Amelius con un punto de tristeza—. Reconozco estar un poco deprimido, tal como usted dice. Verá: confiaba en que esta conferencia supusiera un cambio radical en mis aspiraciones. Personalmente, tal como usted sabe, me importa un comino el dinero. Sin embargo, mi futuro matrimonio depende de que consiga incrementar mis ingresos, y debo reconocer que el primer intento realizado en este sentido ha terminado en un fracaso absoluto. Cuando contemplo el futuro me siento como en tierra desconocida; mucho me temo, además, que soy tan tonto como para permitir que eso me llene de pesadumbre. No, el remedio idóneo para mí no es el cóctel que usted propone. Lo que pasa es que aquí no hago tanto ejercicio ni respiro tanto al aire libre como acostumbraba en Tadmor. Después de tanto hablar, la cabeza me arde. Un paseo largo y reposado me sentará bien y me servirá para reponerme.

Rufus de inmediato se ofreció a acompañarle, pero Amelius lo desalentó con un simple gesto.

—En algún momento de su vida ¿ha recorrido usted a pie una milla cuando pudiera haberlo hecho a caballo? —le preguntó de mejor humor—. Me propongo caminar al menos durante cuatro o cinco horas; así, me vería obligado a devolverlo a su domicilio en un coche de punto. Muchas gracias, mi viejo y buen amigo, por el interés fraternal que se toma usted por mí. Mañana desayunaré con usted en su hotel. Buenas noches.

Alguna curiosa previsión de que algo malo sucedería parecía nublar el ánimo del buen natural de Nueva Inglaterra. Sostuvo a Amelius por una mano.

—Es contrario a mi parecer verlo echarse a caminar así, a solas, a estas horas de la noche. De veras que sí, se lo aseguro. Hágame un favor al menos una vez, inteligente muchacho: ¡vaya a acostarse!

Amelius se echó a reír y se soltó la mano.

—Tal como me encuentro ahora, no creo que durmiese aun cuando me acostara —dijo—. Desayunemos mañana juntos. A las diez en punto. ¡Buenas noches!

Echó a caminar a un paso tan vivo que cualquier intento de persecución por parte de Rufus quedó descartado. El americano permaneció mirándolo hasta perderlo de vista engullido por las tinieblas.

«¡Hay que ver! ¡Qué afecto le he tomado a ese jovenzuelo en tan solo unos meses! —pensó Rufus a la vez que se daba la vuelta, muy despacio, y emprendía el camino de su hotel—. ¡Quiera Dios que el pobre muchacho no tenga algún mal encuentro esta noche!».



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