Las historias de Jaacob by Thomas Mann

Las historias de Jaacob by Thomas Mann

autor:Thomas Mann [Mann, Thomas]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Filosófico
editor: ePubLibre
publicado: 1932-12-31T16:00:00+00:00


La gran farsa

En realidad, nadie fue burlado; ni aun Esaú. Pues aunque es harto escabroso hablar de gentes que no sabían a ciencia cierta quiénes eran, y aunque el mismo Esaú no lo concebía muy exactamente y, tomándose a veces por el macho cabrío ancestral de la gente de Seír, hablaba de él en primera persona, esta confusión ocasional no se aplicaba más que a lo individual y transitorio; y provenía de que todo el mundo, incluso Esaú, de quien se ha dicho adrede que era, a su manera, tan piadoso como Jacob, conocía la identidad de cada cual en cuanto mito y tipo, fuera del tiempo. Esaú lloró y rabió después de la «tomadura de pelo», tramó contra su bendito hermano maquinaciones aún más negras que las de Ismael, otrora, contra el suyo; no hay duda de que conspiró con Ismael para atentar contra la vida de Isaac, como contra la de Jacob; pero esto caía dentro del carácter de su cometido, de su papel por desempeñar. Sabedor de que todo acontecimiento es, a la vez, una realización, un término, comprendía que todo lo que había pasado estaba de acuerdo con un plan preestablecido desde siempre y que no se producía por vez primera, sino de una manera ritual, según un modelo dado de antemano, y retornaba a ser presente como cuando se celebra una fiesta, con la periodicidad de una fiesta. Pues Esaú, el tío de José, no era ni mucho menos el antepasado de Edom.

Cuando la hora llegó y los hermanos se acercaban a la treintena, Yitzchak, desde la noche de su tienda, despachó en busca de Esaú a su servidor, un joven esclavo a quien le faltaba una oreja que le habían arrancado como castigo de numerosas indiscreciones —castigo que había contribuido, por cierto, a corregirle notablemente—. El mensajero llegó ante el hijo mayor, que trabajaba en los campos con sus servidores, y cruzando sus brazos ante su moreno pecho le dijo: «El amo pide que vaya, mi señor». Esaú se quedó como si hubiera echado raíces y su rojo semblante palideció bajo el sudor que le cubría. Murmuró la fórmula de obediencia: «Heme aquí», pero en el fondo de su alma pensó: «Ya llegó la hora», y esa alma se desbordaba de orgullo, de terror, de un solemne tormento.

Abandonando los asoleados trabajos de los campos, se fue hacia su padre, a quien halló tendido en la obscuridad, con dos compresas húmedas sobre los párpados. Se inclinó y dijo:

—¡Mi señor, me ha llamado! Isaac respondió con tono doliente:

—Es la voz de mi hijo Esaú. ¿Eres tú, Esaú? Sí, te hice llamar, pues ha llegado el momento. Acércate, hijo mío, el mayor, que quiero asegurarme de que eres tú.

Esaú se arrodilló sobre su delantal de cuero de cabrito, junto al lecho, y sus ojos se clavaron sobre las compresas como si hubiera querido ver, a través de ellas, los ojos de su padre. Isaac le palpó los hombros, los brazos y el pecho, y luego dijo:

—Sí, éstos son los tufos y la pelambrera roja de Esaú.



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