Las hijas de los faraones by Emilio Salgari

Las hijas de los faraones by Emilio Salgari

autor:Emilio Salgari
La lengua: spa
Format: epub
Tags: adventure
ISBN: 9788476349779
editor: www.papyrefb2.net


SEGUNDA PARTE

1

LA PRINCESA DE LA ISLA DE LAS SOMBRAS

Mirinri, Ata, Ounis y los etíopes, presa de una emoción difícil de describir, se habían apresurado a huir refugiándose en la escalera que conducía al serdab, cuya puerta de bronce cerrada por Nefer no permitía subir más que hasta el rellano. Un espectáculo terrorífico había tenido lugar en la inmensa cripta: las tapas de los sarcófagos, que debían encerrar a las momias de los antiguos reyes nubios, comenzaron a chirriar y poco a poco se iban levantando como si los difuntos fuesen a resucitar. ¿Eran las sombras de los muertos que Nefer había pretendido encerrar en sus tumbas y que volvían a salir, aquellas terribles sombras que asustaban a los ribereños del río?

Todos se habían pegado contra la puerta, mirando con los ojos aterrados las tapas de los ataúdes, que seguían alzándose, chirriando cada vez más fuerte siniestramente. Sólo Mirinri se había quedado en el primer peldaño mirándolos intrépidamente, como si quisiese desafiar aquellas terribles sombras. Ciertamente el ánimo del joven Faraón no temblaba, puesto que ni un solo músculo de su rostro se había movido como tampoco lo habían hecho los de Ounis. También el anciano sacerdote que lo había criado observaba una calma suprema y parecía más preocupado por observar a Mirinri que a los sarcófagos. De pronto, con inmensa sorpresa de los etíopes y de los egipcios, se oyeron salir de aquellos seculares sarcófagos unos sones dulcísimos, que se fundían entre sí con una armonía admirable.

Eran notas débiles de flautas, de los sab que incluso hoy día resultan tan difíciles de tocar, en especial los de bronce, aunque semejantes instrumentos resultasen raros en aquellas épocas; se oían también notas de las dobles flautas llamadas zargbocel, de ba-nit, es decir de arpas semicirculares y de nadjakhi, una especie de liras, que tenían de seis a quince cuerdas, y muy corrientes entonces.

Los etíopes, asustados, ya que son más supersticiosos que los egipcios, habían vuelto atrás, no pensando ya en defender al Hijo del Sol.

Ni siquiera Ata se había quedado en defensa del joven, quien a su vez no parecía necesitar el auxilio de nadie.

De pronto, todas las tapas de los sepulcros se alzaron a la vez y una legión de hermosísimas jóvenes, apenas cubiertas por ligeros velos y adornadas por riquísimos collares, brazaletes y anillos, se alineó a lo largo de las paredes de la cripta.

Todas eran de extraordinaria belleza, vestidas con la suprema elegancia de las danzarinas y de las tañedoras de instrumentos de aquella época que iban a la cabeza de la moda, influyendo incluso en las hijas de los poderosos Faraones, y perfumadas de pies a cabeza. Cada una llevaba en su mano un instrumento musical: flautas, arpas, sistros, crótalos de bronce, que batían uno contra otro, triángulos, cítaras muy estilizadas con el mango muy largo y címbalos de metal llamados kimkim que producían penetrante sonido y que hacían resonar las bóvedas del inmenso sepulcro.

—¿Quiénes sois vosotras? —Gritó Mirinri bajando del último peldaño con el ímpetu de un joven león—.



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