Las hijas ausentes by J. M. Redmann

Las hijas ausentes by J. M. Redmann

autor:J. M. Redmann [Redmann, J. M.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1998-12-31T16:00:00+00:00


CAPÍTULO 12

La mañana no trajo noticias, ni llamadas, ni la voz de Joanne.

Pensé que podíamos tardar días, o años, o no llegar a saberlo nunca. En cualquier caso, tanto si era cuestión de horas como si no, había detalles de mi vida pendientes de resolver.

Lo primero que hice al llegar a la oficina fue llamar al número que me había dado Suzanna Forquet. Salió otra vez el contestador; la dueña debía de estar en el trabajo. Preferí no dejar ningún mensaje.

A continuación llamé al abogado de Chalmette. También salió el contestador, pero esta vez funcionaba. «Soy Chester —indicó la voz grabada—. Si quieres verme, estaré en el despacho de tres a cinco; si no, habla ahora mismo».

Tampoco dejé mensaje. Pasaría a ver a Chester a Chalmette entre las tres y las cinco.

Me quedé sentada frente al escritorio, sin saber qué hacer. Eran las diez de la mañana.

Los jueves a las diez, la tía Greta nunca estaba en casa, iba a la iglesia a hacer labores de voluntariado. Al menos esa era su costumbre cuando yo era pequeña. ¿La mantendría?

¿Qué quería darme el tío Claude?

Cualquier día Greta se pondría a revisar las cosas de Claude, y yo podía perder para siempre la posibilidad de saber qué me reservaba mi tío.

¿Y si me arriesgaba? Saber que había entrado furtivamente en su casa no haría que Greta me quisiera más de lo que me quería. De todos modos, había pocas cosas que pudieran hacer que me quisiera más.

Un allanamiento y un viaje a Chalmette, todo en el mismo día. La próxima vez que Danny insistiera en que me matriculase en la facultad de Derecho, quizá la escucharía.

En cualquier caso, necesitaba averiguar qué pensaba darme el tío Claude.

Cerré apresuradamente la puerta de la oficina. Me alegré de haber cogido el discreto coche granate de Cordelia, porque hasta Greta sería capaz de distinguir mi Datsun color pistacho si volvía a casa antes de lo previsto.

Tardé unos veinte minutos en llegar a su barrio. Las calles estaban tranquilas y había pocos coches aparcados en los jardines.

Circulé lentamente por las inmediaciones de la casa, por si mi tía había salido a hacer un recado o a tomar un café con una vecina, pero no vi su coche en ninguna parte, solo aquellas casas construidas por una misma empresa, todas idénticas, todas con las mismas fachadas de ladrillo color crema.

Como yo había nacido en los pantanos, donde las viviendas eran obra de diferentes generaciones y tanto podían ser sencillas cabañas como preciosas casas con veranda y columnas ornamentadas, aquel barrio me parecía estéril y opresivo.

Aparqué frente a la casa contigua pero me quedé unos minutos dentro del coche, espiando el movimiento de las cortinas o la presencia de alguna sombra. No vi nada.

Finalmente bajé, me dirigí hacia la puerta de la casa y llamé al timbre. Si aparecía Greta, le diría que había pasado a buscar un pendiente que se me había perdido el otro día. Era una excusa algo pobre, pero me valdría si me encontraba en la tesitura de hablar cara a cara con ella.



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