Las dos torres (ilustrado) by Tolkien J.R.R

Las dos torres (ilustrado) by Tolkien J.R.R

autor:Tolkien, J.R.R [Tolkien, J.R.R]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788445077924
editor: Minotauro
publicado: 2010-08-30T16:00:00+00:00


Volvieron la espalda a las puertas de Orthanc y bajaron la escalera. Los caballeros aclamaron al rey con alegría y saludaron a Gandalf. El sortilegio de Saruman se había roto: lo habían visto acudir a la llamada de Gandalf y escurrirse luego como un reptil.

—Bueno, esto es asunto concluido —dijo Gandalf—. Ahora he de encontrar a Bárbol y contarle lo que ha pasado.

—Se lo habrá imaginado, supongo —dijo Merry—. ¿Acaso podía haber terminado de alguna otra manera?

—No lo creo —dijo Gandalf—, aunque por un instante la balanza estuvo en equilibrio. Pero yo tenía mis razones para intentarlo, algunas misericordiosas, otras menos. En primer lugar, le demostré a Saruman que ya no tiene tanto poder en la voz. No puede ser al mismo tiempo tirano y consejero. Cuando la conspiración está madura, el secreto ya no es posible. Sin embargo él cayó en la trampa, e intentó embaucar a sus víctimas una por una, mientras las otras escuchaban. Entonces le propuse una última alternativa y generosa, por cierto: renunciar tanto a Mordor como a sus planes personales y reparar los males que había causado ayudándonos en un momento de necesidad. Nadie conoce nuestras dificultades mejor que él. Hubiera podido prestarnos grandes servicios; pero eligió negarse y no renunciar al poder de Orthanc. No está dispuesto a servir, sólo quiere dar órdenes. Ahora vive aterrorizado por la sombra de Mordor y sin embargo sueña aún con capear la tempestad. ¡Pobre loco! Será devorado, si el poder del Este extiende los brazos hasta Isengard. Nosotros no podemos destruir a Orthanc desde afuera, pero Sauron... ¿quién sabe lo que es capaz de hacer?

—¿Y si Sauron no gana la guerra? ¿Qué le harás a Saruman? —preguntó Pippin.

—¿Yo? ¡Nada! —dijo Gandalf —. No le haré nada. No busco poder. ¿Qué será de él? No lo sé. Me entristece pensar que tantas cosas que alguna vez fueron buenas se pudran ahora en esa torre. Como quiera que sea a nosotros no nos ha ido del todo mal. ¡Extrañas son las vueltas del destino! A menudo el odio se vuelve contra sí mismo. Sospecho que aun cuando hubiésemos entrado en Orthanc, habríamos encontrado pocos tesoros más preciosos que este objeto que nos arrojó Lengua de Serpiente.

Un grito estridente, bruscamente interrumpido, partió de una ventana abierta en lo más alto de la torre.

—Parece que Saruman piensa como yo —dijo Gandalf—. ¡Dejémoslos!

Volvieron a las ruinas de la puerta. Habían atravesado apenas la arcada, cuando Bárbol y una docena de ents salieron de entre las sombras de las pilas de piedras, donde se habían ocultado. Aragorn, Gimli y Legolas los miraban perplejos.

—He aquí a tres de mis compañeros, Bárbol —dijo Gandalf —. Te he hablado de ellos, pero aún no los habías conocido. —Los nombró a todos.

El Viejo Ent los escudriñó largamente y los saludó uno por uno. El último a quien habló fue a Legolas.

—¿Así que has venido desde el Bosque Negro, mi buen elfo? ¡Era un gran bosque, tiempo atrás!

—Y todavía lo es —dijo Legolas—, pero nosotros, los que habitamos en él, nunca nos cansamos de ver árboles nuevos.



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