Las Cuatro Después De La Medianoche by Stephen King

Las Cuatro Después De La Medianoche by Stephen King

autor:Stephen King
Format: mobi
Tags: King, Spanish: Adult Fiction, American Horror Fiction, Horror, Stephen - Prose & Criticism, Short Stories (single author), Fiction, Horror - General, Short stories
ISBN: 9788499080864
editor: Random House Mondadori
publicado: 2009-11-30T05:00:00+00:00


—¡Coge la puerta! —gritó Sam—. ¡Naomi, coge la puerta! ¡No dejes que se cierre!

El viento acudió en su ayuda. Abrió la puerta de par en par, golpeando el hombro de Naomi y haciéndola retroceder a tropezones. Sam llegó a tiempo para coger la puerta en el momento en que rebotaba.

Naomi le dirigió una mirada de terror.

—Sam, era el hombre que fue a tu casa. El hombre alto de los ojos plateados. Lo vi. ¡Cogió a Dave!

No había tiempo para pensar en ello.

—Ven —dijo Sam deslizando un brazo en torno a la cintura de Naomi y arrastrándola consigo a la Biblioteca.

Detrás de ellos, el viento cesó y la puerta se cerró con un golpe sordo.

8

Estaban en una zona de catalogación de libros, en penumbra pero no oscura por completo. Sobre el escritorio del bibliotecario había una pequeña lámpara de mesa con una pantalla bordeada de fle-cos rojos. Más allá de esa zona, llena de cajas y material de embalaje (que consistía en periódicos arrugados, porque estaban en 1960 y todavía no se habían inventado aquellos papeles de polietileno con bolitas), empezaban las estanterías. De pie en uno de los pasillos, flanqueado por libros, estaba el Policía de la Biblioteca. Tenía inmovilizado a Dave Duncan utilizando una llave de lucha libre, y lo sos-tenía, con facilidad casi ausente, suspendido a unos diez centímetros del suelo.

Miró a Sam y a Naomi. Sus ojos plateados resplandecieron, y una sonrisa como de media luna apareció en su cara blanca. Parecía una luna de cromo.

—Ni un pazo máz —dijo—, o le romperé el cuello como a un pollo. Lo oirán.

Sam lo pensó, pero sólo un momento. Olía a perfume de lavanda, intenso y asfixiante. Fuera del edificio, el viento gemía y golpeaba. La sombra del Policía de la Biblioteca ascendía por la pared, es-belta como un caballete. «Antes no tenía sombra —advirtió Sam—. ¿Qué significa?»

Tal vez ahora el Policía de la Biblioteca era más real, estaba más presente, porque de hecho Arde-lia, el Policía y el hombre moreno del coche viejo eran la misma persona. Sólo había una con diferen-tes caras, que se ponía y quitaba con la misma facilidad con que un niño se prueba máscaras de Halloween.

—¿Se supone que debo creer que si nos mantenemos apartados lo dejará vivir?—preguntó—. Menti-ra.

Empezó a avanzar hacia el Policía de la Biblioteca.

En la cara del hombre alto se instaló una expresión rara. Era sorpresa. Dio un paso atrás. La ga-bardina envolvió sus tobillos y rozó los volúmenes que formaban los lados del estrecho pasillo donde se encontraba.

—¡Es una advertencia!

—Pues hágala y fastidíese —dijo Sam—. Su pelea no es con él. Tiene un asunto pendiente conmigo,

¿no? Muy bien, pues vamos a ello.

—¡La bibliotecaria tiene algo que arreglar con el viejo! —dijo el Policía, y dio otro paso atrás. A su cara estaba sucediéndole algo extraño, y Sam necesitó un momento para darse cuenta de qué se tra-taba. La luz plateada de sus ojos estaba desvaneciéndose.

—Pues que lo arregle ella —dijo Sam—. Mi deuda es con usted, grandullón, y la tengo desde hace treinta años.



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