Las amazonas. Mito e historia by Lynn Webster Wilde

Las amazonas. Mito e historia by Lynn Webster Wilde

autor:Lynn Webster Wilde [Wilde, Lynn Webster]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Alianza Editorial
publicado: 2017-10-11T22:00:00+00:00


La autora, retratada en la «isla de las amazonas», en el mar Negro, cerca de Giresun, Turquía.

En lugar de eso, ascendí la empinada colina de la antigua fortaleza y contemplé desde allí la isla azotada por las olas; las nubes aún eran oscuras y bajas, pero había salido el sol, de manera que toda la escena estaba iluminada desde dentro por una sobrenatural luz brillante. Los colores de los tejados, los árboles, el mar y el cielo, todos eran curiosamente intensos, como si yo hubiera escalado a través de una trampilla y estuviera asomándome a un mundo alternativo. Había estado viajando por la región durante días en busca de indicios de las amazonas; aparte de algunas fortalezas impresionantes que podrían haber sido construidas por cualquiera y las enigmáticas figurillas mencionadas en el próximo capítulo no había nada, ni una sola prueba contundente. Había sido frustrante. Pero dos días más tarde vi la piedra negra.

Era un gran fragmento de obsidiana volcánica de unos 30 centímetros de alto y 25 centímetros de ancho en la base, que disminuían hasta convertirse en un punto en la parte superior. Se encuentra, brillando siniestramente bajo unas luces estridentes, en una vitrina del Museo de Estambul. Se le han desprendido astillas por todos los lados, pero, por lo demás, está sin tallar, magnífica y cruda. Me quedé contemplándola durante muchísimo tiempo, escrutándola desde todos los ángulos, preguntándome si podría ser la «Piedra de las amazonas». No había etiqueta que ayudase a saber lo que era, de modo que asumí que nadie lo sabía. Era, al mismo tiempo, terrosa, pesada y llena de encanto. Sus caras brillaban y lanzaban destellos a medida que giraba a su alrededor. Quería poner mis manos sobre ella.

Este era el material con el que se fabricaron algunos de los primeros espejos en el mundo, en Çatal Hüyük, en Anatolia, en el sexto milenio antes de nuestra era, extraído en las desoladas laderas de las montañas y los cráteres, y resulta sencillo imaginar que una vez existieron ídolos de obsidiana de la diosa que despertarían un gran temor reverencial entre aquellos que los contemplasen brillando en la penumbra del santuario. Quizá fueran hábilmente tallados para evocar una figura o un rostro, o quizá se los dejase intactos y en bruto para encarnar el aspecto más natural y ctónico de la divinidad. Es posible que estuvieran suspendidas en el aire, de manera que girarían y atraparían la luz, aparentando de ese modo que cobraban vida. Debieron ser consideradas muy, muy preciosas, y necesitarían de una guardia armada, en especial si había cerca bandas de merodeadores recién llegados con su indiferencia patriarcal hacia la Madre. Después de todo, Orestes había ido al templo de Ártemis en Crimea para robar una de estas imágenes. Puede que las personas que protegían los ídolos fuesen sacerdotisas armadas, amazonas, «mujeres-luna» para las que la «piedra de la luna» era sagrada.

Para mí, la piedra negra era una conexión con algo muy antiguo y no humano, algo abstracto, aterrador y, sin embargo, absolutamente esencial para nuestras vidas.



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