Las 999 mujeres de Auschwitz by Heather Dune Macadam

Las 999 mujeres de Auschwitz by Heather Dune Macadam

autor:Heather Dune Macadam [Macadam, Heather Dune]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 2019-12-31T16:00:00+00:00


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Los lazos entre aquellas mujeres eran irrompibles. Eran extraordinarias. Se salvaron unas a otras.

ORNA TUCKMAN, hija de Marta F. Gregor (#1796)

Formar parte del Leichenkommando iba a ser una tarea dura emocional y físicamente. Las amigas de Bertha le preguntaban: «¿Por qué quieres hacer algo así?».

«Me da miedo el invierno», explicaba Bertha.

Y tenía razones para tenerle miedo. Al menos en el Leichenkommando no tendría que trabajar fuera de la mañana a la noche. Recibía una ración doble de comida y tenía permiso para no pasar horas de pie al principio y al final del día mientras pasaban revista. Al alojarse en el bloque 27, que estaba cerca del pabellón médico, se hizo amiga de la doctora Manci Schwalbova y de otras doctoras judías. Todas les prestaban atención especial a las chicas del Leichenkommando porque era un trabajo muy arriesgado. Por suerte, uno de los médicos de las SS estaba enamorado de una de las doctoras judías, y ella consiguió que les diera guantes para usar cuando las jóvenes cargaban con los cadáveres. También le convenció de que las muchachas necesitaban lavarse las manos con jabón, así que les dieron permiso para ir al servicio a lavarse con agua potable. Después de trabajar con cadáveres contaminados todo el día, aquello era fundamental para mantener la salud.

Pero aquellas medidas higiénicas no son lo que más recuerda Bertha. Después de cargar con muertos todo el día, con la sensación grasienta del residuo que provenía del humo, de la ceniza que desprendían las chimeneas y del polvo que levantaban los camiones que llevaban los muertos al crematorio, lo que Berta recuerda era lavarse la cara con agua limpia. «No te imaginas lo que es lavarte la cara».

Margie Becker (#1955) logró ingeniárselas para conseguir un contenedor y llenarlo de agua. Cuando trajo el agua «a casa», es decir, al bloque, lo ocultó con la intención de usarlo a diario para lavarse las manos y la cara. Así de importante era para ella sentirse limpia. «Pero no fui capaz. La gente se moría de sed. No podía malgastar agua lavándome la cara». Les dio el agua a las menos afortunadas del bloque.

La rutina diaria de aquellas mujeres del Leichenkommando era muy diferente a la de las demás trabajadoras del campo. Por las mañanas, las Stubenmädchen —las camareras— apilaban a las muertas fuera de los bloques antes de que pasaran lista para contarlas. Después de que se fueran los grupos de las distintas tareas, Bertha y las demás del Leichenkommando empezaban a recoger los cuerpos y a llevarlos al Leichenhalle, un almacén detrás del bloque 25 que hacía las veces de depósito de cadáveres hasta que los hombres llegaban en camiones y se los llevaban al crematorio.

El protocolo para anotar la muerte de las mujeres había empezado en agosto, poco después de que las realojaran en Birkenau. Una escribiente acompañaba al Leichenkommando en sus rondas diarias y tomaba nota de los números de las muertas para que pudieran quitarlas de la lista de prisioneras. Cuando volvían a pasar revista, las SS sabían exactamente cuántas prisioneras quedaban vivas y podían trabajar.



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