La vida te despeina by AA. VV

La vida te despeina by AA. VV

autor:AA. VV. [AA. VV.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2005-01-01T05:00:00+00:00


SUSANNA TAMARO nació en Trieste, Italia, en 1957. Es escritora y cinematógrafa. Publicó los libros La cabeza en las nubes (Premio Elsa Morante), Para una voz sola (Premio del Pen Club Internacional), Donde el corazón te lleve, Animal mundi, Querida Mathilda, El misterio y lo desconocido, Respóndeme y Más fuego, más viento. «22 de diciembre» pertenece a su novela epistolar Donde el corazón te lleve (2000, traducción del italiano por Atilio Pentimalli Melacrino).

22 DE DICIEMBRE

Hoy, después de desayunar, fui al cuarto de estar y empecé a preparar el nacimiento en el sitio de siempre, cerca de la chimenea. Como primera medida dispuse el papel verde, después las planchas de musgo seco, las palmas, el cobertizo con San José y la Virgen dentro, el buey y el asno, y alrededor la multitud esparcida de los pastores, las mujeres con ocas, los músicos, los cerdos, los pescadores, los gallos y gallinas, las ovejas y carneros. Sobre el paisaje, con una cinta de papel adhesivo tendí el papel azul del cielo; la estrella cometa me la metí en el bolsillo derecho de la bata, en el izquierdo los tres Reyes Magos; después me dirigí al otro extremo de la habitación y colgué la estrella sobre el aparador; debajo, un poco aparte, dispuse la hilera de los Reyes con sus camellos.

¿Te acuerdas? Cuando eras pequeña, con el furor de la coherencia que caracteriza a los niños, no soportabas que la estrella y los tres Reyes estuviesen desde el primer momento cerca del belén. Tenían que estar alejados y acercarse lentamente, la estrella un poco antes y los tres Reyes inmediatamente detrás. De la misma manera, no soportabas que el Niño Jesús estuviese en el pesebre antes de tiempo, y, por lo tanto, lo hacíamos planear desde el cielo hasta el establo a la medianoche en punto del día veinticuatro. Mientras acomodaba las ovejas sobre su alfombrilla verde, volvió a mi mente otra cosa que te gustaba hacer con el nacimiento, un juego que te habías inventado y que nunca te cansabas de repetir. Me parece que, al principio, te habías inspirado en la Pascua. Efectivamente, al llegar la Pascua teníamos la costumbre de esconderte en el jardín los huevos pintados. En Navidad, en vez de huevos, tú escondías ovejitas: cuando yo no me daba cuenta atrapabas alguna del rebaño y la ocultabas en los sitios más inverosímiles, después te me acercabas, dondequiera que estuviese, y empezabas a balar con acento de desesperación. Entonces empezaba la búsqueda, yo dejaba lo que estuviera haciendo y contigo pisándome los talones entre risas y balidos daba vueltas por la casa diciendo: «¿Dónde estás, ovejita extraviada? Deja que te encuentre y te ponga a salvo».

Y ahora, ovejita, ¿dónde estás? Estás allá lejos mientras escribo, entre los coyotes y los cactus; cuando estés leyendo esto, probablemente estarás aquí y mis cosas ya estarán en el desván. Mis palabras, ¿te habrán puesto a salvo? No tengo esta presunción, acaso tan sólo te hayan irritado, habrán confirmado la idea ya pésima que de mí tenías antes de marcharte.



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