La ventana pintada by José Carlos Somoza

La ventana pintada by José Carlos Somoza

autor:José Carlos Somoza [Somoza, José Carlos]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 1998-04-22T16:00:00+00:00


14

Esta mañana, cuando regresábamos a la habitación de Javi después de que el doctor Fortes nos dijera el diagnóstico, comprendí de repente por qué los pasillos de un hospital parecen infinitos. La culpa es de la blancura, que engaña a los ojos disolviendo las líneas de las esquinas y disipando como un vaho las paredes del fondo, de modo que la perspectiva nos miente y surgen espejismos como en los desiertos de nieve o de arena. Si las paredes, el techo y el suelo de un pasillo de hospital no fueran blancos, habría un final, una llegada; la vista no nos traicionaría con lo inacabable.

«Tus células blancas se han vuelto malas de repente —le expliqué a Javi más tarde— pero, como son blancas, no parecen malas, y engañan porque van disfrazadas de blanco y acaban con las células rojas y provocan una blancura absoluta.» «¿Y El Vengador? —protestó—, ¿no puede hacer nada?» «El Vengador ya está investigando, pero sabe mejor que nadie que es necesario tomar muchas precauciones y obedecer todo lo que digan los médicos.»

Javi tiene ojeras. Las ojeras de Javi no son como las de Andrea: han aparecido hace poco, y son las de un niño que quiere mostrarse enfermo y se tiñe de oscuro los bajos de los ojos, se unta crema blanca en las mejillas y se rocía la frente con gotitas de agua, y huele un poco a cuerpo, y al abrazarle sabe disimular su piel y parecer flaco, con los huesos a flote. Y sabe también no llorar nunca —lo hará a solas, cuando la escena termine— y sonreír siempre, el rostro amodorrado, los ojos grandotes y brillantes. Por eso —porque hace muy bien de niño enfermo— no es bueno mostrar tristeza frente a él, ni sonreírle en exceso. Sentado en la cama, las manos cruzadas sobre el regazo, me escucha con tranquila atención. El sol reciente destella de blancura en su rostro. «¿Y Akira? ¿No podría ir con El Vengador para ayudarle?» «Prefiere que El Vengador vaya primero, porque a Akira lo conocen todas las células blancas, pero al Vengador no, y le resultará más fácil pasar desapercibido.»

Me siento en el borde de la cama y mi altura deja sobre la colcha una huella más importante de lo que soy: Andrea la alisará enseguida. «No deberías hablarle al niño de fantasías», dice. Las ojeras de Andrea son las mismas de siempre, quizá más antiguas —el rostro se le ha ido acostumbrando a ellas—, pero lo que es novedoso es el interés que muestra por su aspecto físico, incluso ahora que la noticia del diagnóstico de Javi nos parece lo único importante. Se atusa los cabellos frente al espejo, como si buscara el peinado que le quedara mejor o explorara las posibilidades de su aspecto. Parece intrigada con el reflejo de su cuerpo o de su rostro, y me habla sin mirarme —mirándose—, componiendo una imagen diferente a golpe de dedos. «Te he oído hablarle de su enfermedad, y no te das cuenta de que tiene diez años y ya no le sirven esas historias fantásticas de vengadores y malos.



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