La venganza del unicornio by Iria G. Parente & Selene M. Pascual

La venganza del unicornio by Iria G. Parente & Selene M. Pascual

autor:Iria G. Parente & Selene M. Pascual [Parente, Iria G. & Pascual, Selene M.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 2019-06-01T00:00:00+00:00


Capítulo 32

11 de sei de 3705 d. G.

Gaiotza, Gineyka

os barcos en la distancia llevaban a bordo los deseos de los hombres. Deseos de victoria, una que Viria no estaba dispuesta a dejar ir ahora que había comenzado. Los refuerzos habían llegado dos días atrás y eso sólo podía significar el éxito de la contienda. Más hombres. Más armas. Más fuerza. Más poder.

Durante las semanas que habían pasado desde el primer ataque, Muerte había avanzado por la tierra de Gaia al mismo paso que lo habían hecho las tropas de Gineyka. En la radio y en los periódicos no se hablaba tanto como se habría debido de la gravedad del asunto: aunque se comunicaban los hechos, el mensaje era de estabilidad y calma, antes que de alarma. Vencerían, decían todo el tiempo. Al final, vencerían. Las noticias eran redactadas de tal manera que al final el gobierno siempre pareciera victorioso; las más catastrofistas se centraban en horrorizarse ante los atacantes, sobre todo. Algunos medios, los menos favorables al gobierno de Idoia Aldana, criticaban con dureza la situación y pedían dimisiones y soluciones inmediatas que nadie, fuera del partido que fuera, podía dar.

Los pueblos cercanos a Gaiotza habían ido cayendo, aunque no a la velocidad que Viria habría querido. Pero avanzaban. Como una enfermedad, se habían ido extendiendo. Su estrategia era acabar con la defensa constante de un ejército de tierra que sufría su carencia en avances científicos, no sólo por heridas que el ejército del dragón podía curar fácilmente y que para el del unicornio suponían graves reparaciones, sino por la falta de protección ante aquellos inventos infernales que se colaban en sus fosas nasales para corromper sus cuerpos desde dentro. Viria, sin embargo, a su vez, seguía sin tener cómo defenderse del aire, y las gineykanas habían seguido disparando desde allí.

Habían pasado tres semanas desde el desembarco de Itsasal, dos días menos desde la toma de Gaiotza, y durante esos días Muerte había perdido la cuenta de las almas que había recolectado.

Renzo Strauss no era una de ellas.

A Muerte no solían molestarle las personas que le daban esquinazo. Al final, la victoria siempre sería suya y eso era algo irrefutable. Antes o después, no importaba. Pero sí le molestaban las personas que, en su afán por jugar a burlar su abrazo, creyéndose intocables, arrojaban a otras a sus manos para salvarse. Como si fuera un intercambio equivalente. Como si una vida fuera sustituible por otra y no importase nada más. Strauss era de los segundos: Muerte había perdido la cuenta de en cuántas ocasiones se había quedado en posiciones seguras mientras su ejército avanzaba y después se llevaba el crédito de sus tropas.

Sólo lo había visto temblar, dudar, temer de verdad, cuando su amigo Malone había sido abatido. Al menos, tuvo la decencia. Sólo pareció ser consciente de lo que significaba la guerra cuando vio que el chico se marchaba sin una última palabra, sin discursos grandilocuentes, sin honor ni medalla ni historia que contar. Ni siquiera había sido un gran enfrentamiento, sólo metralla de una explosión.



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