La torre de ébano by John Fowles

La torre de ébano by John Fowles

autor:John Fowles [Fowles, John]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1974-12-14T16:00:00+00:00


* * *

Ya ha pasado casi un año desde el rescate, y seré breve a la hora de narrar el desarrollo de los acontecimientos.

El agente que me liberó fue amable y eficaz —de hecho, el resto de personas con las que traté aquel día no me ofrecieron más que amabilidad y eficacia—. En cuanto cortó la cinta adhesiva y me liberó, insistió en ofrecerme la respuesta inglesa inmemorial a todas las grandes crisis existenciales: hasta que no me bebí dos tazas de té marrón oscuro no volvió al coche para dar parte de lo sucedido por radio. Apenas había tenido tiempo de ponerme ropa limpia cuando llegó un médico, seguido a los pocos minutos de dos hombres vestidos de paisano. Después de que el médico confirmase que no me pasaba nada grave, el oficial de policía me sometió a un largo interrogatorio. Entretanto, el agente fue a llamar a Maurice y a Jane desde la granja.

Al menos no me equivoqué al pensar que aquella historia me valdría muchas invitaciones a cenar. «¡Qué sinvergüenza malnacido!», y otros comentarios por el estilo, interrumpían siempre mi relato. El asunto de la quema de mi libro dejó al oficial perplejo. ¿Era posible que tuviera algún enemigo? No me quedó más remedio que decepcionarlo en lo que se refiere al punto al que estarían dispuestos a llegar los mafiosi del panorama literario londinense para alcanzar sus malvados fines; sin embargo, le sorprendió bastante menos que hubiesen «escogido» esa casita de campo. Ese tipo de delito, y de delincuente, se estaba volviendo cada vez más frecuente. Incluso advertí cierta admiración reticente. Al parecer, esos «lobos solitarios» que actuaban al azar eran tipos listos. Jamás «hacían un trabajo» cerca de donde vivían, sino que solían instalarse en una gran ciudad que servía de base para aquella nueva obsesión por las casas de fin de semana. El oficial me confesó que les resultaba difícil encontrar un punto de partida para la investigación. El ladrón podía venir de Londres, de Bristol, de Birmingham…, de cualquier sitio. Echó toda la culpa de aquella degeneración a las autopistas y a la libertad de movimientos que estas ofrecían a los «villanos».

Me lo pensé, pero al final decidí no mencionar el nombre de Richard. Me pareció que lo justo con Maurice y Jane era hablarlo en privado con ellos primero —el agente se había puesto en contacto con Jane, en Hampstead, y ella le pidió que me transmitiese su consternación, además de garantizarle que acudirían de inmediato—. Al cabo de un rato se presentaron allí el granjero y su esposa, deshaciéndose en disculpas por no haber oído nada. Y luego llegó el operario del teléfono… Yo agradecía tanta ida y venida, pues al menos me distraían un rato, impidiéndome pensar en el brutal batacazo.

Maurice y Jane llegaron en coche, poco después de las siete, y tuve que volver a contar mi historia desde el principio. Aunque no supieron nada de mi pérdida personal hasta que llegaron, se mostraron muy amables al tratar su mala suerte como una nimiedad en comparación con la mía.



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