La serpiente de la corona by Elizabeth Peters

La serpiente de la corona by Elizabeth Peters

autor:Elizabeth Peters [Elizabeth Peters]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Histórico, Amelia Peabody
publicado: 2015-03-15T13:47:55+00:00


* * *

Cuando Sethos y yo íbamos camino abajo hacia él río, nos divirtió observar a varios egipcios que removían con afán las cenizas del fuego, en busca de los restos de la estatuilla. No dudé de que algunos de los turistas harían lo mismo si Wassim los hubiera dejado pasar. Con la ayuda de mi sombrilla y del bastón de Sethos, despejamos el camino entre los curiosos que se hallaban cerca de la caseta del guardia. Esa mañana no había muchos; algunos habían abandonado el improductivo asedio y otros, supuse, se habían dirigido a la escena del crimen. Esperaba que Ayyid la hubiera podido conservar relativamente incontaminada, pero, en el fondo, no contaba con ello.

La mañana era hermosa y clara, como lo son generalmente en Luxor. La luz del sol brillaba sobre las aguas y las velas blancas de las falúas descendían y se balanceaban. Le había enviado un mensaje a Sabir, el hijo de Daoud, y cuando llegamos a la orilla del río nos esperaba su barco. La plancha, que servía de remo cuando era menester, estaba colocada en un ángulo difícil y era bastante estrecha, pero rechacé las manos que se alargaron para ayudarme. Mucho antes de que resultara aceptable para las damas, yo ya había cambiado las incómodas faldas por pantalones. Así vestida, ascendí con ligereza mientras repicaban los distintos elementos útiles que llevaba colgando del cinturón.

- Pareces llevar más cosas que de costumbre -dijo Sethos, acomodándose a mi lado en el banco-. Cantimplora, cuchillo, petaca de brandy, rollo de soga, velas y cerillas… ¿qué hay en esa caja?

- Un botiquín de emergencia: vendas, esparadrapo, cosas así.

- Tiemblo al pensar en qué consisten las «cosas así».

Se mostraba muy frívolo, de manera que no me digné contestar. En realidad, tenía menos «piezas sueltas» en mi cinturón, ya que los numerosos bolsillos de mi gabán proporcionaban una buena alternativa de almacenaje. Emerson siempre se quejaba, no tanto de mis herramientas sino del ruido que hacen cuando me muevo. Evidentemente, me resultaba difícil llegar a un sospechoso sin que me escuchara, por lo que había hecho algunas modificaciones.

Siempre disfruto del cruce del río; es como mirar el desarrollo de una película, mientras las estructuras de la orilla oriental se acercan más y más. Tan pronto como atracamos, desembarqué y le ordené a Sabir que nos esperara.

Los jardines de la parte posterior del Winter Palace representan normalmente una escena de paz y belleza. Los senderos caracolean a través de setos bien cuidados y de parterres llenos de flores, bajo la sombra de árboles exóticos. Esa mañana la situación había cambiado. Era lo que me temía. Ayyid había dejado a dos agentes de guardia, pero los habían sobornado o intimidado para que hicieran la vista gorda ante las depredaciones de los morbosos. Las cámaras fotográficas disparaban sin cesar y una señora cortaba una rama florida con un par de tijeritas de uñas.

Mis exhortaciones, ruidosas pero educadas, dispersaron a la mayoría de los curiosos. Los otros se limitaron a retroceder y empezaron a fotografiarme a MÍ.



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