La Senda Del Perdedor by Charles Bukowski

La Senda Del Perdedor by Charles Bukowski

autor:Charles Bukowski [Bukowski, Charles]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Los Angeles (Calif.), Teenage Boys, Fathers and Sons, Alcoholics, Authors, American Fiction
ISBN: 9788433914699
Google: d0IKaAEACAAJ
Amazon: 8433914693
editor: Anagrama
publicado: 1983-01-01T23:00:00+00:00


Janice reajustó el aparato y salió de la habitación. Jamás volví a verla.

Mi padre no creía en los doctores que no fueran solteros.

—Te harán mear en un tubo, pillarán tu dinero y volverán junto a sus esposas en Beverly Hills —decía mí padre.

Pero en una ocasión me envió a uno. A un doctor con mal aliento y una cabeza tan redonda como una pelota de baloncesto, salvo que tenía dos pequeños ojos ahí donde la pelota no tenía ninguno. No me gustaba mi padre y el doctor no era mucho mejor. Me dijo que no tomara alimentos fritos y que bebiera zumo de zanahorias. Eso fue todo.

Mi padre me avisó de que volvería al instituto el trimestre siguiente.

—Me estoy rompiendo el culo para evitar que la gente robe. Algún negro rompió el cristal de una urna y robó monedas antiguas antes de ayer. Cogí al bastardo. Rodamos por las escaleras juntos. Le retuve hasta que llegaron los otros. Arriesgo mi vida todos los días. ¿Por qué tienes que estar aplanando tu culo y deprimiéndote? Quiero que seas ingeniero. ¿Cómo coño vas a ser ingeniero mientras sigas rellenando cuadernos con mujeres con la falda levantada hasta el culo? ¿Es eso todo lo que sabes dibujar? ¿Por qué no pintas flores, o montañas o mares? ¡Vas a volver al instituto!

Bebí zumo de zanahorias y esperé matricularme de nuevo. Sólo había perdido un trimestre. Los granos no se habían curado, pero ya no eran tan terribles como antes.

—¿Sabes lo que me cuesta el zumo de zanahoria? Tengo que trabajar a primera hora todos los días por tu maldito zumo de zanahorias.

Descubrí la Biblioteca Pública de La Ciénaga. Obtuve un carnet de lector.

La biblioteca estaba cerca de la vieja iglesia de West Adams. Era muy pequeña y sólo había una bibliotecaria. Ella tenía mucha clase. Tenía unos 38 años y ya su pelo era completamente blanco y recogido en un apretado moño sobre su nuca. Su nariz era afilada y poseía unos ojos verde-profundos tras unas gafas sin montura. Me sentía como si ella conociera todas las cosas.

Anduve por la biblioteca mirando libros. Los saqué de sus estantes, uno por uno. Pero todos eran un camelo. Eran sosos y pesados. Páginas y páginas de palabras sin sentido. Y si lo tenían, tardaban mucho en demostrarlo, y cuando lo hacían ya estabas demasiado cansado como para que te importara en absoluto. Probé libro tras libro. Seguramente, entre todos esos libros tenía que haber uno.

Cada día andaba hasta la biblioteca en Adams esquina a La Brea y ahí estaba mi bibliotecaria, severa, infalible y silenciosa. Seguí sacando los libros de sus estantes. El primer libro auténtico que encontré estaba escrito por un tipo llamado Upton Sinclair. Sus párrafos eran simples y llenos de furia.

Escribía con furia. Escribía sobre las inmundas cárceles de Chicago. Decía las cosas lisa y directamente. Entonces encontré otro autor. Su nombre era Sinclair Lewis y el libro se llamaba Calle Mayor. Mondaba las capas de hipocresía que cubrían a la gente. Pero parecía carecer de pasión.



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