La sal de la tierra by Daniel Wolf

La sal de la tierra by Daniel Wolf

autor:Daniel Wolf [Wolf, Daniel]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2013-01-01T05:00:00+00:00


ESPIRA

—¡DESHONRADA! —había dicho el tío Eberold—. ¡Preñada con un bastardo! ¿Qué le he hecho a Gaspard para que me imponga semejante carga? Si al menos no tuviera que verlo. ¡Pero su vientre está ya hinchado! Y tiene el cabello como un hombre. Me costará meses encontrar un marido para ella. ¡Meses! Como si no tuviera nada mejor que hacer.

De hecho, no tardó ni tres semanas.

Eberold era el esposo de la tía de Isabelle, Galienne, y era un hombre recio, con una caja torácica similar a un tonel, voz tonante, cráneo pelado y una barba rojiza que colgaba a derecha e izquierda de la boca como las púas de una horca. Era mercader, como casi todos los hombres de su familia, y comerciaba con Colonia y las otras ciudades del Rin, lo que a lo largo de los años le había permitido alcanzar un considerable bienestar. Galienne, los niños y él vivían en una espléndida casa en el centro de Espira, enfrente de la catedral, y se permitían un ejército entero de sirvientes.

Aunque su ristra de insultos había hecho esperar otra cosa, se había puesto a buscar un esposo para Isabelle al poco de su llegada. Desde luego, no lo había buscado en Espira; si se hubiera corrido la voz de que un miembro de su familia era una adúltera condenada, habría dañado su reputación como mercader y como ciudadano. En lugar de eso preguntó en los pueblos del Rin, donde vivían campesinos y pastores de ganado que no pedían gran cosa a una mujer. Debía poder trabajar y parir hijos, eso era todo. Si además la mujer traía al matrimonio una generosa dote, se pasaba por alto que no fuera una belleza o, como Isabelle, que su origen fuera dudoso.

Mientras Eberold viajaba por los alrededores de Espira, Isabelle se quedó en la ciudad. Su destino no era tan duro como en Varennes: no estaba encerrada en una habitación, sino que se le permitía moverse con libertad por toda la casa y por el patio. Pero no podía salir de la propiedad. El miedo de su tío y de su madre a que pudiera escapar o establecer contacto con Michel era demasiado grande. Además, los criados de Gaspard registraban constantemente su dormitorio y sus objetos personales, de forma que no pudo escribir una carta a Michel, y no digamos sacarla de la casa.

Al cabo de dos semanas largas, Eberold regresó y le presentó a su futuro esposo. Era un campesino libre que poseía una granja enorme a tres horas de camino al norte de Espira, en el bailiaje de Altrip. Eberold se guardó para sí cómo había conseguido moverle a aceptar una boda con ella. Probablemente había corrido mucho dinero. O Eberold le había hecho promesas; su tío era bueno en eso.

El hombre era de elevada estatura y ancho de hombros; tenía los ojos desconfiados, la barba cuidadosamente recortada y el cabello castaño igual de corto. Se llamaba Thomasin. Si le repelieron sus cortos cabellos o su vientre hinchado, no lo dejó ver.



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