La Rumba by Ángel de Campo

La Rumba by Ángel de Campo

autor:Ángel de Campo [Campo, Ángel de]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1890-12-31T16:00:00+00:00


XI

El de la Municipal no había podido separarse de sus muchachos. Encarnación Zapata, quizá porque no lo declararan sospechoso, no se había atrevido a preguntar en la comisaría el porqué de la aprehensión de don Mauricio. Así es que La Rumba, antes pacífica, estaba sobre ascuas por saber la suerte del eximio asturiano. Ni una carta, ni un recado, ¡nada! Francisquillo había quedado encargado del tenducho, cuyos asiduos compradores iban desapareciendo uno a uno, y era tal el escándalo de los sucesos acaecidos en el barrio, que dieron motivo para un largo sermón del padre Milicua el último día del Jubileo, en su parroquia. Los muchachos jugaban con menos bullicio, los vecinos de conciencia poco limpia estaban en un brete, salían rara vez de su casa porque aquello de que la justicia anduviera de aquí para allá, no denunciaba nada bueno… y… había más de un culpable.

Los comentarios no faltaron. ¿Sería por robo? ¿Sería por monedero falso? ¿Por asesinato? ¡Quién sabe! Pero el caso es que don Mauricio permanecía en Belén hacía un día y una noche, y la prensa no había dedicado un párrafo al mocetón.

Encontró aquel vecino, el ajedrecista Cervantes, una oportunidad para vociferar sobre el actual estado de las cosas, y Zapata le suplicó que no hablara del gobierno. ¡Quién sabe, decía, si nuestras disputas ¿se acuerda usted don Teodoro? hayan sido causa de este enredo! Y quedaban mudos y profundamente preocupados; olvidado el tablero, sin la y un entorchado la vihuela, y tristemente desierta la tienda, aquel refugio favorito para las horas de descanso.

Aquella noche hallábanse reunidos, Francisquillo sacudiendo botellas llenas de agua y municiones; Zapata fumando desesperadamente el cacho de un puro, y Cervantes mordiendo el puño de su bastón antediluviano. El sesudo Borbolla se había retardado. Reinaba el silencio.

—A ver si Borbolla trae noticias.

—¿Qué, fue?

—A la Inspección no, pero sí al centro.

—Vamos a ver…

Y volvieron a sumirse en nuevo silencio. Dieron las ocho y se oyeron poco después los cascabeles del tranvía, cuyo timbre sonó al pasar frente a la tienda y se detuvo. Pararse y precipitarse a la puert a fue uno. Bajose del vehículo Borbolla a toda prisa, y en medio de la fisonomía ansiosa e interrogante del auditorio, prorrumpió en sonora exclamación, y mostrando un húmedo periódico, clamó:

—¡Aquí está todo!

—¿A ver? (coro).

—Paciencia —y retiró a los que querían apoderarse del representante de la sociedad—. Calma, amigos, calma, déjenme tomar resuello…

Echose el verdoso sorbete atrás, secose con la mano el sudor, desabrochose el chaleco y abriendo las piernas y recargando la cabeza en los tercios, se entregó al reposo.

—Pues ni se figuran. Tienen ustedes que iba a tomar muy tranquilo mi tren, cuando me ofrecen este número de El Noticioso, y veo: «El crimen del callejón de las Mariposas», y lo compro…

—Lea usted.

—Allá voy —quitose el sombrero, desdobló y extendió el periódico que olía a húmedo, pidió una poca de agua que trajo a la carrera Francisquillo, y en medio de la inquieta creciente curiosidad de Zapata, que se empinaba sobre su



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