La revolución y la guerra de España by Pierre Broué & Émile Temime

La revolución y la guerra de España by Pierre Broué & Émile Temime

autor:Pierre Broué & Émile Temime [Broué, Pierre & Temime, Émile]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 1960-12-31T16:00:00+00:00


Capítulo 8

LA LIQUIDACIÓN DEL PODER REVOLUCIONARIO

Badajoz, Irún, Talavera, Toledo fueron las etapas de una campaña de verano desastrosa para los revolucionarios, y también la condenación de una dualidad de poder que tuvo en gran parte la culpa de estos reveses militares. Para llevar a cabo la guerra, se necesitaba un poder unido. La dualidad entre el poder de los comités y el del Estado era un obstáculo para la dirección de la guerra. El único problema, en el otoño de 1936, era saber cuál de los dos poderes, el republicano o el revolucionario, habría de vencer.

Comités y soviets

Al crear, en todos los niveles, organismos del tipo de los «consejos», órganos de lucha, y luego organismos de poder que llamaron consejos, comités o juntas, obreros y campesinos españoles, sin saberlo, a su manera y con su estilo propio, habían reanudado la tradición de las revoluciones obreras y campesinas del siglo, la de los «Consejos de obreros, de campesinos y de soldados». Los soviets de las revoluciones rusas de 1905 y 1917, los Rilte de la revolución alemana de 1918-1919.[1]

La tradicional división de la clase obrera española explica perfectamente que la forma inicial de organización del poder revolucionario, en los días que siguieron al 19 de julio, haya sido el resultado del acuerdo entre partidos y sindicatos. Sin embargo, tales cuales fueron, los comités, como vimos, representaron en sus comienzos mucho más que la simple adición de representantes de organizaciones diversas. Más que comités de enlace, fueron la expresión de la voluntad revolucionaria de millares de militantes, y esto independientemente de su filiación política. La mejor prueba de ello es la hostilidad o la indiferencia respecto de las consignas de sus propios partidos manifestada por numerosos militantes que se habían mostrado mucho más dóciles, durante las primeras semanas, en lo que respecta a sus comités. Pero tal situación no podía prolongarse indefinidamente. Para que los comités hubiesen podido llegar a convertirse en verdaderos soviets, hubiese sido necesario que, en uno o en otro momento, hubiesen dejado de estar integrados por dirigentes de las organizaciones —designados o elegidos— para convertirse en organismos elegidos y revocables en los cuales operase democráticamente la ley de la mayoría, y no la regla de los acuerdos de las altas esferas del partido. Ahora bien, esto no se produjo en ninguna parte de España. Los obreros y campesinos españoles designaron espontáneamente a sus comités.

Pero con igual espontaneidad los colocaron bajo el patrocinio de los partidos y de los sindicatos, que no estaban decididos a abandonar, en beneficio de un nuevo organismo, la autoridad y el poder de que se habían logrado apoderar gracias al hundimiento del Estado.

Ningún partido ni sindicato se convirtió en campeón del poder de los comités-gobierno, ni de su transformación en soviets. Santillán, al hablar del Comité Central, escribió: «Había que reforzarlo, que apoyarlo, para que cumpliese mejor su misión, ya que la salvación estaba en su fuerza, que era la de todos», y confesó su fracaso: «en esta interpretación, nos quedamos aislados frente a nuestros propios amigos y camaradas».



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