La reina Sol by Christian Jacq

La reina Sol by Christian Jacq

autor:Christian Jacq [Jacq, Christian]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Fiction, Historical, Juvenile Nonfiction, Language Arts, Composition & Creative Writing
ISBN: 9788427014862
Google: Hw8rPQAACAAJ
Amazon: 8427014864
editor: Martínez Roca
publicado: 1991-10-14T22:00:00+00:00


21

La mariposa multicolor se posó en el pecho de Tutankamón. El joven rey, tendido en un lecho de ébano, no se atrevió a moverse. La maravillosa criatura era un presente de los dioses, por eso contuvo el aliento para no molestarla. Aleteaba, como si poco a poco fuera tomando confianza. Luego, plegó las alas y se quedó inmóvil. Tutankamón se relajó, dejando caer la nuca hacia atrás hasta apoyarla en la cabecera, símbolo del dios Chu, el espacio de creación por el que se desplazaba la luz y donde el alma del durmiente se regeneraba cada noche.

-He venido, Majestad -dijo la voz grave del escultor Maya.

El adolescente se incorporó con brusquedad. Asustada, la mariposa huyó. Tutankamón tendió la mano para atraparla. Decepcionado, dirigió su atención al hombre al que había convocado.

-¡Maya! ¡Amigo mío!

Se abrazaron, tan conmovido el uno como el otro.

-Maya, si supieras qué desgraciado soy.

-¿Qué ocurre, Majestad?

Akhesa está gravemente enferma y nuestro hijo nació muerto. Estoy solo, aquí, en este palacio. Nadie me visita. Horemheb y Ay dirigen el reino a su guisa. Maya, soy el faraón, pero no tengo ningún poder.

A Maya le hacía sufrir la angustia de aquel niño que unos hábiles políticos utilizaban en beneficio propio sin ningún remordimiento. No tenía manera alguna de ayudarle, pero permanecería a su lado incluso en los peores trances.

-Si Akhesa muriera -gimió Tutankamón-, no tendría deseo alguno de vivir.

-No tenéis derecho a hablar así, Majestad -protestó rudamente Maya-. Sólo los dioses deciden sobre la vida y la muerte. Sea cual sea el destino que nos corresponda, debemos aceptarlo.

El adolescente movió la cabeza.

-Hay que ser viejo como tú para pensar así. Yo no puedo.

Maya estrechó al adolescente contra su pecho, como habría hecho si hubiera sido su hijo.

-Hoy tienes razón, mañana estarás equivocado. También tú te harás viejo.

Los ojos de Tutankamón se llenaron de esperanza.

-¿Y tan fuerte como tú, Maya? No, no es posible…

-Claro que sí. Ejercerás el poder que te han robado unos ladrones. Los años corren a tu favor. Pronto les harás frente.

Las predicciones de Maya turbaron a Tutankamón. No tenía deseo alguno de envejecer. Permanecer eternamente joven, sentir crecer en él el inagotable deseo de acariciar a Akhesa, olvidar el mundo exterior para desvanecerse en ella. ¿Qué otra felicidad podía soñar?

De pronto, la fisonomía del rey cambió. Sus rasgos se endurecieron. Su actitud se tornó grave, casi preocupada.

-Quería verte, amigo mío -declaró en un tono sentencioso-, pues he tomado decisiones que te conciernen. El primer deber de un faraón es construir templos y preparar su tumba. Por eso te nombro Artífice de todas mis obras e intendente de la necrópolis. Tú te encargarás de mi sepultura en el Valle de los Reyes.

-Majestad, yo no…

-Ésa es mi voluntad -confirmó el adolescente con soberbia-. Asume inmediatamente tus nuevas funciones. Y tendrás otra que asegurará la prosperidad de las Dos Tierras: superintendente del Tesoro y ministro de Finanzas.

Maya vivía en una modesta casa del poblado de Deir el-Medineh, lugar reservado a los artesanos encargados de trabajar, con gran secreto, en el Valle de los Reyes.



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