La prueba decisiva by Gene Thompson

La prueba decisiva by Gene Thompson

autor:Gene Thompson [Thompson, Gene]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1980-12-14T16:00:00+00:00


XIX

Como Bel Air está bajo la jurisdicción de Los Angeles, Gil había sido llevado al centro de la ciudad para el interrogatorio. Dade fue hasta las oficinas centrales y se abrió paso por la atestada y ruidosa sala de espera del Departamento de Policía. En el mostrador había dos personas antes que él; una mujer gorda con chaqueta y pantalones blancos y una plaquita identificatoria prendida en la solapa y un hombre en overol. La mujer gorda golpeó el diario que tenía en la mano.

—Está ese chico de cuatro años que masca tabaco y lo escupe en el suelo, ¿y sabe lo que dicen los padres? Les parece encantador. ¿Puede creerlo? Cuatro años, parece un viejo, mascando y escupiendo por todos lados. Lo dice la Querida Abby aquí mismo.

—Yo no lo creo —dijo el hombre.

—¿La Querida Abby contaría mentiras? —preguntó la mujer en voz alta.

—Todas esas cosas las inventa —dijo el hombre en voz todavía más fuerte, y dirigiéndose a toda la sala—. Los chicos de cuatro años no mascan tabaco. Lo inventó. Inventa todas esas porquerías. ¡Es así!

—¡No lo invento! —gritó la mujer.

—Vamos a bajar un poquito la voz —dijo el sargento negro que estaba en el mostrador—. Todos vamos a tranquilizarnos, ¿okay?

El sargento, un hombre robusto, levantó la vista de la página que estaba escribiendo.

—¿Sí, señor?

Dade sacó una tarjeta de la billetera y se la alcanzó.

—He venido a buscar al doctor Ransohoff. Me manda su mujer.

Llevaron a Dade a un ascensor blindado.

—Estaban esperándolo —dijo el agente que lo acompañó—. Recién lo bajaron.

Salieron del ascensor y caminaron por otro corredor hasta un cuarto rectangular con tres sillas de respaldo derecho. Gil estaba sentado en una de ellas con los brazos cruzados y una mirada enojada. Valdez estaba parado enfrente de él. En la silla del otro costado había un hombre vestido de civil, con cara saturnina y facciones agudas.

—¡Ya les dije todo lo que sabía en mi casa! —estaba diciendo Gil—. ¡Por Dios, ni siquiera sé si ese pobre desgraciado está vivo! ¿No me pueden decir aunque sea eso?

—Queremos que nos diga por qué fue a verlo la víctima —dijo el hombre de civil.

—No me lo pregunten a mí. Pregúntenle a él. Ya me doy cuenta. No pueden preguntárselo. ¿Está muerto, no? Si no no me lo preguntarían a mí. ¿Está muerto? —no le contestaron—. ¿Acaso no tienen que decírmelo?

—No. No estamos obligados —contestó Valdez en voz baja.

Al ver a Dade Gil se levantó, sorprendido. Valdez se dio vuelta y miró a Dade apoyando las manos en las caderas.

—Su esposa, Mrs. Chloe Ransohoff, me ha enviado aquí —dijo Dade con mucha formalidad—. ¿Desea ser representado señor?

—Hace dos horas que le dije a Chloe que llamara a Postel. ¿Qué pasó? —miró a los otros. Tenía la cara desencajada.

—Su mujer no ha podido comunicarse con Postel. Por favor, conteste a mi pregunta.

—¡Sí!

—¿Desea que lo represente en forma temporaria? Debo advertirle que represento otros intereses que pueden tener alguna conexión con este asunto.

—¿Los bienes de Miriam? —Gil parecía desconcertado.

—Por favor, conteste la pregunta.



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