La playa infinita by Antonio G. Iturbe

La playa infinita by Antonio G. Iturbe

autor:Antonio G. Iturbe [Iturbe, Antonio G.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama, Histórico, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2021-05-31T16:00:00+00:00


* * *

—González, el atasco de coches en la salida oeste es una rutina más de mis mañanas en Chicago. En ese embudo voy a pasar once años. Ahora miro atrás y me parece una buena época.

—Tal vez lo fue, o tal vez es tu cerebro quien le pone la decoración de restaurante de bodas.

—Estuvo bien. Tras licenciarme, conseguí una beca de doctorado en el Fermilab, uno de los laboratorios de física más importantes del mundo.

—Todo un éxito para el hijo de un camarero de la Barceloneta.

—Y más aún que me eligieran entre una docena de doctorandos para quedarme. Entré en el grupo de investigación dedicado al neutrino.

—¿Neutrino? ¿Eso no es una bebida isotónica de esas que toman los gilís que hacen deporte con ropa cara?

—Son partículas casi invisibles. Unas las produce el Sol, pero otras llegan del espacio profundo. Al ser partículas sin carga y apenas masa, atraviesan la materia y viajan a través de galaxias, estrellas y planetas sin que nada las detenga.

—Atraviesan paredes como los fantasmas de las películas de sábado por la tarde.

—Fantasmas reales que cruzan la Tierra de punta a punta a velocidades cercanas a la de la luz. Mi misión es encontrar las huellas de su paso, casi imperceptibles.

—Actualmente los poetas ya solo creen en la poesía de la experiencia y las cosas que se pueden poner en Instagram para hacerse influencers. Solo los físicos creéis en Rimbaud: ver lo invisible, oír lo inaudible.

—Paso años absorto en esa persecución de neutrinos. Y tengo durante año y medio una relación con una analista informática de Colorado; cuando a ella le ofrecen un proyecto en el centro de computación de Hawái, me dice que podría pedir yo otra plaza en el centro astrofísico y le doy muchas vueltas. Tantas que ella se marcha y todo termina. Comparto piso con un físico óptico canadiense en Melrose Park y, tiempo después, alquilo un apartamento minúsculo en North Rockell Street, en Little India. Me aficiono a la comida picante y los bolos.

Los años pasan sin darme cuenta. Las clases de esquí, las salidas con el club de senderismo, las discusiones con los vegetarianos del club de senderismo, las relaciones pasajeras con mujeres simpáticas del club de senderismo o alguna colega del Fermilab; todas se van cansando de mí o yo me canso de ellas. Por las noches sueño con partículas como canicas de colores.

El intenso trabajo de investigación con otros cuatro colegas sobre la naturaleza de los neutrinos de fuera del sistema solar que presentamos en forma de artículo científico a la prestigiosa revista Nature fue rechazado, pero se publicó en la web del Fermilab. Las charlas en bibliotecas públicas y en la Universidad de Chicago con un inglés encorsetado hablándoles de lo más profundo del universo a niños y jubilados, los partidos de béisbol en la televisión, un curso de fotografía y otro de jardinería, la época en que me obsesioné con el macetero de judías al que llamaba huerto urbano, la operación para extraer una piedra del riñón.



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