La noche que no paró de llover by Laura Castañón

La noche que no paró de llover by Laura Castañón

autor:Laura Castañón [Castañón, Laura]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2017-04-26T16:00:00+00:00


54

A Laia le daba mucho miedo afrontar con Emma lo que le ocurría. Llevaba un tiempo prisionera de una zozobra que amenazaba con romper el delicado equilibrio en que vivía, la suma de contradicciones que la acechaban desde cualquier esquina, y que habían terminado por constituir lo que ella llamaba vida. Era el manejo de las palabras lo que fallaba, porque más que nunca necesitaba el confortable calor de Emma, la dulzura que emanaba de su piel tan blanca, el latido del corazón imponiéndose, el aliento conocido y tibio. Y eso que ellas habían hecho de la palabra, de la comunicación, la única bandera con la que cobijaban su existencia de dos. Laia se perdía por los vericuetos de sus dudas, por la extravagante paradoja de su deseo, de estar ante lo que, sin que nunca antes se lo hubiera podido imaginar, más le importaba, y la incapacidad para verbalizarlo, para decirle a la persona que más amaba en qué secretos anhelos se perdían sus pensamientos.

—Me parece a mí que hoy no estás a lo que estás.

—Lo siento, Valeria, lo siento muchísimo. No he dormido bien y por eso tengo esta cara, pero te estaba escuchando.

—Yo sí que duermo muy mal. La primavera me produce insomnio de siempre. No concilio el sueño, y luego por la mañana… Me acuerdo de que había una chica en casa que estuvo poco tiempo cuando éramos muy pequeñas y que decía mucho cuando nos despertaba para ir al colegio: «Las mañanitas de abril son buenas para dormir». Y cuantos más años tengo, peor. Menos horas de sueño, como si no tuviera bastante con el día para pensar, llega la madrugada y se me puebla la habitación de fantasmas, porque, Laia, tú no sabes lo que es que casi todas las personas que conociste y fueron importantes en tu vida ya no estén. Vas quedándote tan sola.

—Son formas de verlo: también puedes pensar que eres superviviente.

—Nada, nada. Eso son tonterías. A mí ya no me queda nadie. Ni los de mi edad, ni los mayores, ni siquiera los más jóvenes. Y eso sí que es duro.

—¿Por qué no me hablas de tus sobrinos?

Valeria ladeó la cabeza mientras jugaba con los anillos y por un momento Laia tuvo la sensación de que aguardaba un permiso de algún ente misterioso y fantasmagórico, invisible para nadie que no fuera ella, para empezar a hablar.

—Tuve dos, pero uno es como si no hubiera existido, porque se murió cuando era un bebé. Pero Olvido, no. Lo de Olvido fue lo peor que me pasó en la vida. Y mira que alguna cosa mala me pasó.

Tras la primera sacudida que inexplicablemente le produjo a Laia la mención al bebé muerto, volvió a ella, sin asomo de pena alguna, la acidez que en momentos muy concretos, cuando Valeria se obstinaba en señalar cómo de terrible había sido su existencia, la ocupaba entera y en una extraña alquimia se trasmutaba en algo que se parecía, si no al odio, bastante al desprecio.

—Gadea y Arsenio se casaron cuando nosotros vivíamos en París.



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