La noche by Antonio Soler

La noche by Antonio Soler

autor:Antonio Soler [Soler, Antonio]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1987-05-05T00:00:00+00:00


La segunda prueba de que el futuro era inamovible y nos estaba esperando guadaña en mano un día ya fijado para hacernos pagar nuestros pecados, la tuvimos inmediatamente después. En protesta contra los pitidos del Lacio, que pedía prudencia, el viejo Clemente continuaba, ya a conciencia, haciendo filigranas y giros con el volante. Fajardo, con medio cuerpo fuera de la ventanilla, iba agitando los brazos y dando voces que eran tragadas por la noche y el viento, y de pronto, en una curva, apareció un coche de la policía que con sus luces alumbró de lleno las temeridades del enano y las del viejo. El fogonazo de aquel flas que atrapó al enano casi defenestrado y los garabatos de la camioneta durante un par de segundos. Sin que nadie dijese una sola palabra, cada uno derrumbándose por dentro, todos nos creimos cogidos.

El Lacio ya había levantado el pie del acelerador y reducía la marcha esperando que la patrulla se detuviera, pero los del coche ni siquiera disminuyeron la velocidad y se cruzaron con nosotros como si fuésemos fantasmas, como si, sobornados por el destino, los guardias no nos hubieran querido ver. Y ni siquiera nos hicieron una señal con los faros, como si los dos hubiésemos pasado por el mismo lugar pero en noches diferentes, ellos por una y nosotros por otra, fuera del tiempo, perdidos en nuestra noche, lejana y distante de la de ellos, de la de todos. Y con sus lucecitas azules ardiendo como luciérnagas enfermas, se perdieron plácidamente hacia el horizonte de la madrugada, en busca de un amanecer que no debía de ser el mismo que el que nosotros perseguíamos.

Aunque el sueño intentó envolverme de nuevo, me quedé en vela siguiendo las andanzas de Fajardo, que, alegre de ver su plan avanzar por encima de cualquier obstáculo y demostrando, como siempre que podía, sus cualidades de mediocre equilibrista, se enganchaba con las corvas en el borde de la ventanilla y viajaba cabeza abajo colgado a lo largo de la puerta, removiendo en el cubo contrahecho de su cabeza todos los caldos tomados. O bien trepaba al techo de la camioneta y trataba de burlarse y de ofender a los que íbamos en el camión con el Lacio, y aunque era como si fuese mudo, porque sus palabrotas se perdían con la velocidad y solo las oían los árboles que quedaban atrás, el Lacio, maldiciendo y espantado, quiso adelantar a Clemente para que Fajardo no tuviera público y dejase de hacer locuras que nos podían comprometer a todos. Pero el viejo y el Guerrero Chico (auténtico aprendiz de Fajardo), borrachos, dieron en tirarnos botellas vacías, latas, trapajos y todo lo que encontraban en la cabina para impedir el adelantamiento.

Suerte tuvimos de no estrellarnos como casi se estrella Clemente, que, espoleado por los gritos de Fajardo y el coro del Chico, aceleró la combustión de la camioneta hasta reventar, y, cuando íbamos a su costado, con las curvas, las risotadas y haciendo maniobras para cortarnos el paso,



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