La mula by Juan Eslava Galán

La mula by Juan Eslava Galán

autor:Juan Eslava Galán [Eslava Galán, Juan]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2003-01-01T05:00:00+00:00


CAPÍTULO 21

Pablo Benavides, en pijama de rayas, con el capote sobre los hombros y la gorra de plato encasquetada hasta las cejas, limpia con el codo el vaho de la ventana de su cuarto y se asoma. No ha conseguido pegar ojo en toda la noche, con el trasiego de tractores que remolcaban cañones, de automóviles, de camiones cargados de tropas, de ambulancias, bocinazos y gritos de mando. Al clarear el día, la plaza de Peñarroya se convierte en un hervidero de hombres y pertrechos. Bajo su ventana pasa una camioneta cubierta con una lona impermeable de la que asoman media docena de pies descalzos y embarrados y un brazo con los galones de sargento en la bocamanga. Otra carretada de cadáveres, todavía calientes, camino del cementerio.

—¡En buena mierda he venido a caer! —masculla Benavides—. ¡Valle de Los Pedroches! ¡Valle de los cojones! ¡Es que hay que ser hijoputas: toda la guerra sin pegar un tiro y esperan a que venga yo para montar el cirio! ¡Con lo bien que estaba en Sevilla!

Pero Sevilla queda lejos y a él lo ha enviado el ABC, edición nacional, para escribir un reportaje sobre la vida en la trinchera. Llegó al pueblo el día 5, después de almorzar en Córdoba con una amiga, tomó habitación en la mejor pensión, La Imperial, y cuando se disponía a visitar unas trincheras tranquilas para hacer fotos, se armó el tomate.

Benavides se viste deprisa y se dirige al cuartel general, donde hay un comandante, amigo de su familia, que le buscará una combinación para Córdoba, tren, coche o camión, aunque sea en la caja de carga. El caso es escapar cuanto antes de la ratonera.

Apenas ha avanzado cien metros cuando aparece una escuadrilla de bombarderos rojos en vuelo rasante y se desata el pandemónium. Benavides tiembla todavía al recordarlo: una bomba estalla a cien metros, cuando él acababa de pasar por allí, y tumba una casa. Benavides se lanza al suelo, aterrorizado, aunque en su crónica pondrá que lo derribó la onda explosiva y la describirá, con feliz metáfora, como el papirotazo mortal de un gigante invisible. Cuando se disipa la nube rojiza de polvo de ladrillo y adobe, como una niebla espesa, Benavides ve los escombros de dos casas.

—¡Ay, Madre mía del Socorro, y Esperanza Macarena, que salga yo de esta y te prometo alejarme de las putas, de las juergas y del malvivir, te lo juro!

Mientras cierra el momentáneo trato con la divinidad corre a refugiarse en el portal de una casa antigua de granito, que parece sólida y a propósito. Allí continúa rezando y prometiendo.

Los aviones dan otro par de pasadas, ametrallan los vehículos de la plaza y se alejan. El periodista permanece en su refugio hasta que escucha gente por la calle, gritos, órdenes, motores. Solo entonces se aventura fuera del escondite.

—¿Ha pasado el ataque? —le pregunta a un enlace que pasa.

—Parece que sí.

Benavides lleva la cámara Agfa que le ha regalado su amigo el capitán Kluger, de la Legión Cóndor. Se le



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