La mitad fantasma by Alan Pauls

La mitad fantasma by Alan Pauls

autor:Alan Pauls [Pauls, Alan]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2020-11-14T16:00:00+00:00


* * *

Le molestaba que hiciera su vida, por supuesto. En realidad, lo que le molestaba era que «su vida» —en la medida en que Carla la vivía sin él— no tuviera límites ni forma conocida y se extendiera en todas las direcciones imaginables y fuera absolutamente todo, desde el pesado telón color obispo, como de teatro, contra el cual había visto recortada su cabeza a lo largo de tres conversaciones nocturnas, hasta los dos rostros jóvenes, de mandíbulas marcadas y dientes resplandecientes, que se colaban saludando al teléfono por un rincón del plano secuencia con que Carla y su teléfono inteligente pretendían mostrarle dónde estaban en tiempo real, el mediocre cuadro abstracto que pintaban los lotes del campo que atravesaba en coche, yendo quién sabe de dónde a dónde, y por qué, y cómo. Pero esa era una fatalidad con la que Savoy se sentía capaz de lidiar, no importa cuánto la agravara la distancia. Sabía que no podía evitarla —no si pretendía mantenerse dentro de los límites de la institución amorosa de la época, en líneas generales poco comprensiva con modalidades pasionales como el secuestro, la reclusión o la esclavitud, que eran las que en esos casos solían tentarlo. Pero podía disimular, un ardid que, como toda reacción desesperada, solía alcanzar en Savoy grados insólitos de sofisticación. Eso —un maletín lleno de trucos camaleónicos, bastante parecido al que les reclamaba en vano a los médicos a domicilio— era lo único que la edad, esa usurpadora, había condescendido a darle. Cómo disfrazar la zozobra de curiosidad, la sospecha de interés etnográfico, la alarma de asombro, de entusiasmo, de complicidad incondicional. Sufría, naturalmente, y sufriendo no siempre llegaba a esas playas de conocimiento cierto, libres de dudas y nubes, en las que seguía creyendo que lo depositarían las técnicas de inquisición que había desarrollado con los años, prolongación sutil y exhaustiva, por otros medios, de los escalofríos de inseguridad de siempre. Pero sobrevivía y —lo que era más importante— se las arreglaba para que sobreviviera también el amor, y con el amor la ilusión, no importa lo insensata que fuera, de que un día, una de esas mañanas fantásticas que nacen mientras dormimos de las noches de tormenta, pródigas de un sol eufórico, pájaros afinados, árboles de un verdor fluorescente y calles mojadas donde la luz rebota, encegueciéndonos, la vida que Carla hacía, cualquiera fuera, sería la misma que hacía él, y la misma punto por punto.

Sin embargo, todo eso sucedía mientras hablaban, en el intervalo irregular ocupado por esos encuentros de pantalla a pantalla —un lapso a veces dilatado, zigzagueante, lleno de episodios diversos, como una maratón de intercambios autobiográficos concentrada en la cabeza de un alfiler de tiempo, a veces breve y expeditivo, una mera descarga carnal, como la vez de la «fiesta insoportable» —calificación que Savoy, aunque sólo «para sus adentros», había objetado de inmediato, a tal punto le parecía contradecirla el aire de lánguida voluptuosidad que reconocía en Carla. En rigor, verse por skype, para hablar



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