La Mano del Muerto by Alejandro Dumas

La Mano del Muerto by Alejandro Dumas

autor:Alejandro Dumas [Dumas, Alejandro]
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 2006-11-14T20:08:41+00:00


señor barón, el carruaje nos espera y yo quiero instalaros en vuestra nueva estancia, porque tengo prisa en cumplir las órdenes de la baronesa, vuestra esposa.

El carruaje se puso en marcha y a poco rato andaba por un camino que los alejaba de roma.

Durante el viaje el barón, abismado en la meditación de sus proyectos, no habló una sola palabra con Benedetto, y éste, tejiendo bien el hilo del enredo que había premeditado, tampoco interrumpió a su compañero de viaje.

Después de algunas horas, el carruaje, en vez de seguir el camino que se dirigía a Aqua Pendente, dobló a la izquierda y entró en una especie de senda a la derecha de la que se alzaban las ruinas de uno de esos famosos acueductos que abundan en las cercanías de Rcma. El carruaje empezó a caminar un poco más lento, a corta distancia blanqueaban las paredes de una reducida vivienda, medio arruinada, y que parecía encajada en un pequeño jardín inculto en que la maleza y el musgo habían crecido por todas partes. El carruaje se detuvo frente a la puerta de dicho jardín, el barón y Benedetto descendieron.

Atravesaron la inculta alameda del jardín, subiendo luego una pequeña escalera de piedra; esta escalera conducía a una pequeña plataforma que tenía dos puertas a la casa. Benedetto abrió una de las puertas de la plataforma y apareció a la vista de Danglars una sala cuyas paredes estaban forradas de raso en el que había tejidos algunos pasajes de la Mitología, tales como la caída de Faetonte, el suplicio de Prometeo, el rapto de Europa, el juicio de Paris y otro.

Los muebles de esta sala eran riquísimos y no presentaban aquel aspecto de ruina que se advertía en el jardín, aunque estuviesen cubiertos de una Alejandro Dumas

espesa capa de polvo y envueltos en las sutiles telas de arañas. De las ventanas colgaban cortinas de terciopelo descoloridas por la acción del sol; la estufa indicaba no haberse usado hacia mucho tiempo y las tenazas estaban arrojadas en desorden lejos de allí, atestiguando el movimiento brusco de la última persona que las había usado.

El barón, después de observar atentamente el aspecto de felicidad que le ofrecía este recinto, se aproximó a Benedetto y osó interrumpir la meditación profunda a que parecía entregarse frente a uno de los cuadros que se dibujaban en el tapiz de las paredes.

-Ved aquí -dijo Benedetto, sin fijar su atención en el barón-, ¡ved aquí representado el tribunal incorruptible que nunca juzga los hechos por los hombres, sino a los hombres por sus acciones! ¡Allí no había ni amigos, ni dinero; solamente había la ley que rige al universo, y ante la cual se colocaba la corona o la cuchilla sobre la cabeza del culpable, aunque éste fuese omnipotente como Dios! ¡Un tribunal así, solamente podía existir en la fábula, y los hombres le dieron el lugar correspondiente después de reconocerse imperfectos en su justicia!

-¡Hola! Señor Andrés -exclamó el barón Danglars, maravillado de escuchar el lenguaje de Benedetto-; parece que os dedicáis al estudio de la moral de los hombres.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.