La leyenda negra by Ricardo García Cárcel

La leyenda negra by Ricardo García Cárcel

autor:Ricardo García Cárcel [García Cárcel, Ricardo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 1992-01-01T05:00:00+00:00


Y comentando el famoso decreto de Felipe II sobre comunicación con universidades extranjeras, exclama Morayta:

¡Medir por un rasero al criminal y al que estudiaba! Pero ya se ve, sólo aislando a España del resto del mundo podía preservársela de contagios infeciosos. ¡Oh, unidad religiosa, sostenida durante tres siglos a costa de haber convertido un pueblo viril en masa abyecta de ignorantes y de gandules! ¡Maldita sea la Inquisición! —añade—. Y no se disculpe su existencia diciendo que estaba en la corriente de los tiempos, pues entonces no hay razón para censurar las liviandades de Mesalina y Agripina, ni las infamias de Tiberio, de Calígula y de Nerón, que distraían y agriaban a los romanos, tanto, por lo menos, como las suntuosidades de un auto de fe a los contemporáneos de Felipe II.

Y Ortega Rubio no le va a la zaga:

No es necesario recurrir a tales extremos para que la personalidad histórica de Felipe señale siempre página triste, note ingrata en nuestra historia. Sus actos solos, sin que la fantasía del poeta les preste negruras, bastan y sobran, lisa y llanamente referidos, y aun muy a ligera indicados, para que se forme juicio exacto de aquel rey suspicaz, cruel, vengativo, que ocupó durante cuarenta años el trono de España: Algún historiador se consuela diciendo que María e Isabel de Inglaterra, Catalina de Médicis y Carlos IX de Francia no eran mejores que Felipe II. Sea en buena hora, contestamos nosotros, pero ¡desgraciados los pueblos que tienen tales reyes! El historiador no ha de menester, ni debe en caso alguno, acudir a la leyenda en solicitud de datos: con atenerse a hechos comprobados, con narrarlos tales cuales fueron, cumple el deber que al acometer su labor se impuso. Verdaderas enormidades realizó con frialdad aterradora Felipe II en Flandes; por mandatos suyos se verificaron allí ejecuciones horribles, en las cuales se destaca siempre, o casi siempre, como nota dominante, la deslealtad, el incumplimiento de formales promesas. Consecuente en sus procederes de crueldad, tan dispuesto se le halla para presidir autos de fe y llevar a ellos, si es necesario, el primer haz de leña, como para ser el primero en felicitar a Carlos IX de Francia por la horrorosa matanza de la noche de San Bartolomé[134].



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