(La Leyenda Del Navegante 01) Crisei(c.1) by Rafael Mari­n Trechera

(La Leyenda Del Navegante 01) Crisei(c.1) by Rafael Mari­n Trechera

autor:Rafael Mari­n Trechera
La lengua: es
Format: mobi
Tags: Fantasía
ISBN: 9788478130948
editor: Miraguano
publicado: 2012-01-27T00:05:29.500014+00:00


* * *

El día amaneció claro y tranquilo. Nubes de tono rojizo se asomaban presurosas por el cielo pálido y azul, pero terminaban por deshacerse de inmediato a la vista del mar que advertían infinito. Era una mañana como tantas, y la actividad en la cubierta del Navegante no difería de la de otros días semejantes, pero el silencio que enronquecía los trabajos revelaba la presencia de una característica distinta.

Salther se dejó ver en el castillete de popa, preparado para la ascensión, nervioso y más expectante que cualquier otro marino. Iba vestido de blanco. Comenzó a flexionar brazos y piernas, tensó cuerdas, agitó los músculos, como había venido haciendo con regularidad enervante durante las últimas semanas, cuando sin previo aviso no era extraño encontrarle en la cofa del mayor, escalando los obenques del trinquete un minuto más tarde, o empecinado en dar la vuelta al casco colgado solamente por la punta de los dedos. Le observé, calladita como había aprendido, reservando para mí los sentimientos de temor que me roían. No me hallaba convencida de que fuera a escapar triunfante de aquella delirante empresa, lo reconozco. No es que temiera, atendedme bien, que las alas que Salther había creado no vinieran a ofrecer el resultado apetecido. Ya os he confesado con anterioridad que habíamos verificado en Crisei la validez de su uso, e incluso yo, lo reconozco, había tenido ocasión de comprobarlo por mí misma. Tampoco me importaba en ese momento la profecía de Manul Rinn Ghall, porque realmente igual me daba que la Torre se descuajaringase o permaneciera sobre el agua otros mil años. Lo que me preocupaba no era lo que pudiera suceder una vez la espada hubiera sido arrancada de su túmulo, sino todo el largo proceso para llegar hasta ella. La Torre se me antojaba esta mañana más alta que nunca, y con los rayos del sol recién nacido parecía distenderse y hacerse aún más inconmensurable. Esto me preocupaba. No la magia, sino la realidad que ahora veía, los casi cuatrocientos metros de roca que aguardaban a Salther como la llama que arrastra a la polilla. Un paso en falso, un resbalón, el propio espectro del brujo podrían confabularse para hacerle caer, y entonces ningunas alas de trapo vendrían a auxiliarle. Me pregunté cuántos antes de Salther habrían intentado recorrer ese camino. Saberlo era imposible, pero una cifra resultaba cierta: Ninguno de aquellos soñadores había visto colmado su objetivo.

¿Y qué le movía a estar aquí? ¿Qué me movía a permanecer a su lado silenciosa como un perro de caza? La vanidad, creo. La vanidad, sí. Una ilusión juvenil por destrozar el orgullo desmesurado de un hombrecillo muerto hacía milenios, el deseo de ver sustituida la música de su nombre en las voces admiradas de los buscadores de leyendas, realizar de una vez el sueño de todos los hombres y mujeres que habían recorrido el Mar de las Espadas y llegado a contemplar al anochecer vuelto aquel faro, en la alborada tensa como un músculo, el enigma de la Torre.



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