La ley de Parkinson by Cyril Northcote Parkinson

La ley de Parkinson by Cyril Northcote Parkinson

autor:Cyril Northcote Parkinson [Parkinson, Cyril Northcote]
La lengua: spa
Format: epub, azw3, mobi
Tags: Divulgación, Autoayuda, Humor, Manuales y cursos
editor: ePubLibre
publicado: 1956-12-31T16:00:00+00:00


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PLANTAS Y REALIZACIONES

o

EL BLOQUEO ADMINISTRATIVO

Cuantos se han dedicado al estudio de las instituciones societarias conocen perfectamente las unidades de medida al uso para determinar la importancia relativa que dentro de ellas puede atribuirse al individuo. El número de puertas que hay que trasponer, el número de auxiliares con que cuenta y el número de teléfonos que tiene encima de la mesa, son otros tantos índices que, junto con el espesor en centímetros de la alfombra, nos proporcionan una fórmula válida en casi todas las partes del mundo.

Fijémonos, por ejemplo, en una casa editorial. Ya sabemos que los editores sienten irresistible tendencia a instalarse de cualquier manera en medio de la suciedad y el desorden. El visitante que penetró por lo que parecía ser la puerta de entrada es seguidamente acompañado a un patio interior desde donde desciende a un estrecho corredor para subir inmediatamente a un tercer piso. Análogamente, un laboratorio científico busca domiciliarse, por regla general, en la planta baja de una antigua mansión particular, y para llegar al laboratorio propiamente dicho, uno debe aventurarse por un desvencijado pasillo de madera hasta llegar a una chabola que se ha construido a base de planchas onduladas en lo que fue jardín de la casa. ¿Y qué vamos a decir de las instalaciones de la mayor parte de aeropuertos internacionales? Tan pronto nos apeamos del avión, nos encontramos (a nuestra derecha o a nuestra izquierda) con un pingorotudo edificio en vías de construcción, rodeado de andamios. Pero a donde nos conduce la azafata es a un amplio cobertizo con techo de fibrocemento, en el cual se hallan provisionalmente las dependencias administrativas. No confiemos en que al próximo viaje nos vayan a conducir al edificio principal. Cuando éste se halle terminado, el aeropuerto, desde mucho antes, se habrá trasladado a otro lugar.

Las instituciones mencionadas —por vigorosas y productivas que sean— medran y prosperan en esos asentamientos interinos, tan andrajosos y desaseados que nos hacen volver los ojos, con sensación de verdadero alivio, hacia aquellas otras instituciones que desde un principio se instalan con propiedad y fasto. La puerta de entrada, de bronce y cristales, aparece bien centrada en la ostentosa fachada. Lustrosos zapatos se deslizan tenuemente sobre la mullida alfombra para dirigirse al refulgente y silencioso ascensor. Una simpática y refinada señorita os recibe con indulgente sonrisa y murmura unas dulces palabras sobre un teléfono azul cristal. Os conducirá hacia un sillón cromado, excusándose con un gracioso mohín por la inevitable espera que os impone. Levantando los ojos de la revista ilustrada que habíais tomado, percibiréis los anchos corredores que en tres direcciones distintas conducen a las oficinas A, B y C. De detrás de las puertas cerradas os llegarán apagados rumores en los que adivináis una actividad diligente y sosegada. Un minuto después, los pies se os hunden hasta el tobillo en la alfombra del despacho del director, el cual está escribiendo en su mesa de trabajo. Hipnotizado por la acerada mirada del jefe y encandilado con el sugestivo Matisse que



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