La línea sutil by Eduard Atiyah

La línea sutil by Eduard Atiyah

autor:Eduard Atiyah [Atiyah, Eduard]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 1955-11-14T16:00:00+00:00


CAPÍTULO VIII

El sábado siguiente de mañana, fueron a Guildford a hacer las compras de Navidad y volvieron contentos, cargados de paquetes.

Peter se abocó a los preparativos de rigor con celo deliberado. Comenzaron a decorar la casa. Compraron el árbol de Navidad y lo instalaron en el lugar de costumbre. Después, y no sin antes vencer la habitual renuencia a salir a la luz, en medio del regocijo general, encontraron por fin la caja donde, año tras año, guardaban los adornos. Colgaron las lamparillas de vidrio de colores y las guirnaldas de plata, algo deterioradas por los destrozos del año anterior, opaco el antiguo esplendor después de largos años de uso, pero siempre abundantes y alegres, y luego salpicaron las ramas con la fiel nieve de algodón para tener una Navidad blanca adentro, cualquiera fuese el capricho del tiempo afuera.

Los hijos ayudaban bulliciosos en la tarea, y de vez en cuando Andrew y Peter intercambiaban observaciones veladas sobre el tema de los regalos. Andrew estaba casi seguro de que le traerían una pelota de fútbol de verdad y le gustaba hablar sobre ella mediante indirectas, pero ambos habían convenido formalmente en no mencionarla por su nombre.

—¿Podré pegarle bien fuerte? —preguntaba.

—Pegarle a quién…, ¿a tu hermano?

—Kooooo. ¡Tú sabes a qué! —y abría los ojos desmesuradamente para que de ellos saltaran chispas de entendimiento confidencial.

—Ah, ya, ¡al perro de al lado! —decía Peter, fingiendo cada vez más ignorancia.

Entonces Andrew reía, y Peter se entregaba a una pantomima que consistía en asestar puntapiés a pelotas imaginarias desde todas direcciones, aunque sin dejar de atender con semblante grave y preocupado a lo que tenía entre manos, mientras Andrew se desternillaba de risa al verlo.

Margaret, mirándolos, estaba encantada. Era feliz no solo porque Peter había vuelto a ser el de antes y se aprestaban a pasar una alegre Navidad, sino también porque consideraba que lo que había producido ese cambio en él era aquella confesión que le hiciera. Y en eso Margaret veía un índice tranquilizador de cuán sólidos y maravillosos eran los lazos que los unían, de cuán fuerte era aquel vínculo que ataba a su marido a ella sin necesidad de que por su parte tuviera que hacer nada por afianzarlo, que subsistía por el mero hecho de ser ella como era y porque él la amaba. Para Margaret eso era infinitamente más importante que la aventura pasajera de su esposo con otra mujer. En aquellos días se la veía serena, radiante, mientras atendía a sus quehaceres, preparando pasteles y tortas:

Peter conservaba la jovialidad en un grado que lo pasmaba, si bien tenía plena conciencia de que en el optimismo presente había algo de hético y esforzado. Era como un preso fugado de la cárcel, decidido a aprovechar la libertad al máximo, mientras durase. A veces, sí, la silueta gris de los guardianes se perfilaba a la distancia, pero él los eludía veloz, hábilmente. A menudo hasta se paseaba despreocupado entre dos hileras de guardianes sin que estos hicieran el menor además de atraparlo, como si sobre él obrara un conjuro mágico que lo hiciera invisible a sus ojos.



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