La isla del tesoro Z by Alejandro De-Bernardi

La isla del tesoro Z by Alejandro De-Bernardi

autor:Alejandro De-Bernardi [De-Bernardi, Alejandro]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Terror
editor: ePubLibre
publicado: 2012-06-20T16:00:00+00:00


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EL FANTASMA DE LOS PIRATAS

Se me permitirá completar esta parte de la narración con aquello que me contaron quienes estuvieron allí, puesto que a esas alturas de la noche nosotros estábamos refugiados en lo más profundo del fortín, descontando las horas que faltaban hasta que el alba del nuevo día nos librase al menos de la pesadilla de los zombis. Y es que, como dijo el capitán, que parecía de largo el más versado de nosotros en aquellas extrañas criaturas, solo atacan de noche, ocultándose a la luz del día. O al menos esa era la creencia más extendida, ya que a estos los habíamos visto moverse bajo el sol, aunque más bien como animales que buscan alimento y no como depredadores sedientos de sangre, que era como nos habían atacado al anochecer. De manera que no estábamos para expediciones fuera de nuestra empalizada, sino más bien para esperar que la luz del sol nos auxiliara contra uno de nuestros enemigos.

Porque, según supimos después, el otro, el que formaban los piratas, bastante tenía con lamerse las heridas de sus tres muertos y otros tantos en malas condiciones por nuestros disparos, a lo que había que sumar el tremendo susto que también ellos se habían llevado al ver el ataque de los zombis. Por qué nos habían elegido a nosotros en vez de a ellos, en verdad no lo sé; tal vez por ser ambos, zombis y piratas, instrumentos del mal y aliarse, por lo tanto, contra quienes repudian tales conductas y tratan de prodigarse en el bien. O tal vez, y sencillamente, como propuso Gray en una de nuestras conversaciones al calor del fuego, porque nosotros estábamos más cerca.

De tal suerte que los piratas, agrupados junto a la base de una de las colinas, maldecían por lo bajo mientras trataban de animarse a base de ron, hasta que sobre sus sombras, reflejadas en los árboles y la pared rocosa, surgió la figura de John Silver, apoyado en su muleta y mirando uno por uno a sus compañeros con una expresión fiera. Tras estudiar unos instantes los rostros de cada uno de ellos, y conseguir así que todos le mirasen incluso con temor, Silver apoyó una mano en la culata de su pistola.

—Os aseguro que a mí no me importa. Que no creo en zombis ni en fantasmas ni en brujas o hechizos por más que haya visto lo que he visto… —Volvió a mirarles, dándose cuenta de que algunos no le creían y, a la vez, de que otros se estremecían solo al oír nombrar a aquellos fantásticos seres de las tinieblas—. ¡Podéis creerme! —masculló, alzando la voz—. No he creído nunca en ellos: el muerto, muerto está, y al vivo se le puede matar; solo hay que saber cómo. Y en este perro mundo se está vivo o se está muerto.

—Díselo a ellos, que visto está que no lo saben…

—¡Guarda tus ladridos, George Merry! —espetó Silver—. Me hubiera gustado verte tan gallo de pelea ahí fuera frente a esas cosas.



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