La India by Mircea Eliade

La India by Mircea Eliade

autor:Mircea Eliade [Eliade, Mircea]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Espiritualidad
editor: ePubLibre
publicado: 1987-12-31T16:00:00+00:00


Funerales en Lebong

Lebong, 18 de mayo

… Hace dos días que soy huésped de un acomodado plantador de té. La casa está situada sobre un promontorio rocoso, encima de la carretera. Vista desde abajo, parece un castillo extraño, sin almenas ni estrategia. Las ventanas son paredes, los balcones terrazas, el jardín parque. Todos los caminos y senderos de las montañas convergen en la entrada de la casa.

Desde la habitación de los huéspedes, por las mañanas, las nieves del Himalaya se ven con una insólita transparencia. La visión no dura mucho más de una hora.

La aurora viene acompañada de niebla. El cielo se despeja, el sol caldea los arbustos de té pero las cumbres permanecen entre la niebla. Durante el día, es raro poder ver los hielos y las nieves.

Estamos sólo a cinco millas al norte de Darjeeling; pero el panorama es completamente distinto. Las laderas plantadas de té tienen un aspecto sorprendente. Diríase que son bosques de rododendros sin flor que se extienden casi hasta el valle. Desde la azotea de la casa, los valles parecen barrancos y los trabajadores con sus cestos, miniaturas.

La casa casi siempre está desierta. El plantador se va de madrugada a caballo, con la fusta, con salacot y con un impermeable. Lo veo a la hora del breakfast, de buen humor aunque con prisas. En seguida se va otra vez. Los hijos tienen un poney cada uno y un criado adolescente. Galopan por la alameda principal con el sirviente corriendo detrás, agarrado a la cola del caballo. No se cansan ni se enfadan cuando llueve. Continúan su cabalgada bajo la lluvia y el criado resopla ruidosamente y se limpia las narices sin pararse.

El primer día no bajé. Me sentía muy a gusto. Esta villa de arquitectura europea al borde de la jungla y en lo alto de una roca cortada a pico, transformaba la vida en un arcano asiático o en una película. Aquella tarde llovió. Uno de esos chaparrones de montaña, con niebla cálida y sin viento. Me quedé solo con el teniente Potter, jefe de la guarnición de Lebong. La biblioteca era muy grande pero tenía pocos libros. Estuvimos consultando juntos el mapa de Sikkim y las posibilidades de pasar la frontera por Tonglu. Lo cierto es que la policía de Darjeeling no me permite ir solo y hasta el momento no he encontrado compañeros para hacer un viaje de tres semanas, a una altura nunca inferior a los 10 000 pies.

Terminamos de fumar en el parque los puros de tabaco birmano. No sé por qué, junto a la violenta alegría de ver la luna rompiendo las nubes, tenía una extraña sensación que aceleraba los latidos de mi corazón. La casa rebosaba de luz con sus sesenta bombillas. Y, mientras escuchábamos, cada uno sumido en sus propios pensamientos, la vida de la jungla, presente a través de la respiración de las hojas o del reptar de las serpientes, la casa se alzaba vacía, ajena, fría y hermosa como una joya.

Desde Lebong a las cumbres, el camino discurre por el bosque.



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