La imagen va en la primera hoja (ver manual) by El Diccionario De Lempriere

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autor:El Diccionario De Lempriere [Lempriere, El Diccionario De]
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 0101-01-01T00:00:00+00:00


Habían dado ya las siete y el lugar adonde iba estaba a casi una hora de camino a pie. Lemprière avanzó a grandes zancadas hacia el sur, y luego al este siguiendo el Strand. Somerset House era una mole blanca a su derecha. Pasaba entre la multitud rodeando los grupos de gente o cruzando por medio. Y, siguiendo el consejo de Peppard, miraba a intervalos regulares a derecha e izquierda. Llevaba una semana haciéndolo, hasta el punto de sentirse vagamente orgulloso de lo bien que mantenía su vigilancia. El Falmouth singlaba en sus vidas, que ahora serían diferentes, y Theo, el destinatario de la nota, quienquiera que fuese, actuaría como agente de aquel cambio. Dejando atrás los tribunales de Temple Bar y las arcadas de Fleet Market, con el hedor del Fleet Ditch ascendiendo en burbujas por entre los resquicios del pavimento, Lemprière subió la breve cuesta hasta Ludgate, rodeó San Pablo para meterse en Cheapside y avivó el paso a través del tráfago vespertino hasta Milk Street. La taberna se hallaba más adelante, y allí estarían ya esperándole su amigo y el misterioso Theo.

Por su situación a kilómetro y medio de cualquier curso de agua navegable, la embarcación que hubiera podido dar pie al rótulo de El Barco en Peligro tuvo que hallarse, realmente, en un peligro enorme si fue a parar allí. Pero si oscuros eran los orígenes del nombre del local, no lo era menos su estructura, puesto que el edificio parecía formado casi enteramente por tejadillos.

Pisos y pisos de pequeña altura, uno encima de otro a modo de escalera vista por dentro, y el conjunto de la construcción dominando Milk Street como un monumento al último traspié del borracho, preludio de su inminente colapso. A pesar de lo cual, Lemprière contempló la taberna sin ninguna aprensión. Más que una nota amenazadora, aquello inspiraba confusión. Los bloques de viviendas adyacentes le proporcionaban un caudal regular de parroquianos y a la clientela habitual se sumaban aquella noche numerosos tejedores de seda celebrando una reunión de su gremio. Lemprière los vio a su izquierda nada más atravesar la puerta: un grupo pendenciero y apartado del grueso de los clientes, que bebían de pie y no ocultaban su desagrado por aquella invasión.

Los tejedores estaban entregados a una apasionada discusión. «¡No comeré centeno!», gritaba un vehemente contertulio. «¡Antes me moriré de hambre!» Lemprière observó que los más moderados invocaban a sir John Fielding, en tanto que los incitadores a una carnicería, partidarios más bien de romper algunas ventanas o prender fuego a los cuarteles de marineros indios, vitoreaban a Farina. Se preguntó cuántas más asambleas de descontentos como aquélla estarían reunidas en toda la ciudad, dudando entre la protesta y el levantamiento. ¡Con qué espantosa rapidez había empeorado el cariz de la multitud congregada aquella otra tarde frente al mesón! Dio un par de vueltas por el local mientras jugueteaba con el roto de su casaca. Peppard no aparecía por ninguna parte.

Entre los tejedores, el debate había derivado a un examen



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