La hora de las gaviotas by Ibon Martín

La hora de las gaviotas by Ibon Martín

autor:Ibon Martín [Martín, Ibon]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2021-01-13T16:00:00+00:00


37

Viernes, 13 de septiembre de 2019

El pasillo de calabozos de la comisaría de Hendaia no difiere mucho de los que Cestero está acostumbrada a visitar a su lado de la frontera. Seis celdas protegidas por sus respectivas puertas metálicas con ventanucos para la entrega de alimentos, una luz de esas tan blancas que despojan de toda calidez al ambiente… De no ser por el color azul claro del uniforme de los agentes que deambulan por allí, y por la bandera francesa bordada en sus mangas, claro está, la suboficial podría encontrarse en Gernika, Irun o Llodio.

Pero no, está en Hendaia y se dispone a interrogar a Alain Etcheverry. El juez de guardia ha emitido un permiso para que la UHI de la Ertzaintza pueda tomarle declaración esa misma tarde.

—Ya estoy aquí —anuncia Aitor tras ella. Se ha quedado en la entrada rellenando unos formularios.

—Llegas a tiempo —celebra Cestero—. Todavía no lo han sacado.

En ese momento dos gendarmes abandonan uno de los calabozos. Escoltan al presidente de PatrimTX, que clava una mirada furiosa en la suboficial antes de perderse en el interior de una sala lateral.

—Pueden pasar —les indica uno de los agentes una vez que el detenido ocupa la silla que le corresponde.

—Eskerrik asko —agradece Cestero mientras Aitor y ella toman asiento frente a Etcheverry—. Buenas tardes, Alain. Hay que ver lo que es capaz de hacer con tal de no dejarse interrogar en nuestra comisaría…

—Buenas tardes serán las suyas —replica el francés haciendo sonar las esposas que ligan sus manos. Poco queda de la altivez con que la atendió aquel día a la puerta de su castillo, aunque tampoco puede hablarse de un tipo vencido. El presidente de PatrimTX lleva una camisa bien planchada y se ve aseado. Otros detenidos, tras pasar una noche en el calabozo, no acostumbran a lucir tan enteros.

—Treinta y dos kilos de hachís en su coche, restos de droga en un falso techo de un torreón del castillo… Eso es mucho para fumárselo usted solo. ¿Es así como se gana la vida? —dispara Cestero.

El detenido guarda silencio.

—Me temo que se trata de un negocio familiar —apunta Aitor dejando sobre la mesa el cuaderno que ocultaba Camila—. Tal vez nos pueda explicar qué son todas estas anotaciones… Muchas son anteriores a su divorcio.

—No lo había visto nunca —señala Etcheverry sin dedicarle medio segundo.

—¿Seguro? —inquiere Aitor—. Yo creo que se trata de la prueba de que su exmujer traficaba también con drogas.

—Deberían preguntárselo a ella. ¿No creen?

—Está muerta.

—Mala suerte entonces.

—¿La mató por esto? ¿Se habían casado sin hacer separación de bienes y aun así ella se negó a compartir el negocio con usted tras el divorcio? —pregunta Cestero.

—Jamás trabajé con Camila. Y, por supuesto que no la he matado. Si ahora me dedico a esto es precisamente por su culpa. Se negó a pasarme una pensión, me dejó en la ruina, me obligó a buscarme una forma de seguir adelante.

—Podría haber buscado un trabajo legal —señala Cestero.

—Podría —reconoce Etcheverry.

—¿Qué hacía en el puerto el día que fue asesinada Miren? —interviene Aitor.



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