La hija de Jefté by Lion Feuchtwanger

La hija de Jefté by Lion Feuchtwanger

autor:Lion Feuchtwanger [Feuchtwanger, Lion]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1956-12-31T16:00:00+00:00


CAPÍTULO CUARTO

1

CUANDO el sumo sacerdote Abijam tuvo noticia de la delegación del rey Nachasch, se intensificó su desconfianza contra Jefté. ¿Quién podía saber por medio de qué nuevas concesiones aquel hombre ambiguo pensaba comprar a los hijos de Ammón una prolongación de la paz? El viejo sacerdote estaba decidido a no permitir por segunda vez semejante traición a Yavé. La guerra debía llevarse a cabo, y si Ammón contaba con poderosos aliados, lo que Jefté debía hacer entonces era buscar también ayuda.

Por supuesto, una auténtica ayuda solo podía prestarla el Israel del oeste, la tribu de Efraím, y acudir a Efraím debía repugnar a cualquier hijo de Galaad. Cuando Efraím estuvo en peligro, la tribu hermana de Galaad la había dejado en la estacada, los efraimitas habían conseguido la mayor de sus victorias sin Galaad, y no lo habían olvidado. Pero Jefté no debía de ningún modo ceder todavía más territorios a Ammón. Tendría que vencer su orgullo y viajar como peticionario al otro lado del Jordán. Y debía hacerlo a tiempo, pronto, ahora. Debía conseguir la ayuda de Efraím antes de que llegara el invierno.

Pero el sacerdote no podía advertir y amonestar a Jefté. Jefté no estaba en Mizpeh, descuidaba el cargo de juez, que había obtenido por la fuerza y con tanta insolencia, se quedaba en sus territorios del norte, eludía el consejo del sacerdote, este le mandó un mensaje urgente, enumeró los muchos asuntos que requerían la presencia del juez en Mizpeh. Jefté dio una respuesta evasiva y se quedó en el norte.

Como no compareció, Abijam decidió visitarlo. El viaje era fatigoso, y era humillante que el sumo sacerdote tuviera que ir detrás de aquel hombre arrogante. Pero Abijam no tenía más remedio que echar esa carga sobre sus hombros.

Jefté oyó hablar de su venida con descontento. Todavía jugaba con la idea de establecer la alianza con Ammón. Por supuesto, en su interior sabía que no lo haría; no sería capaz de entregar a Ja’ala. Además, Yavé y todo Galaad querían la guerra, él mismo la quería en lo más profundo de su pecho. Pero, al mismo tiempo, tenía muy claro que no podría vencer sin aliados. Debía pedir ayuda al Israel del oeste, a Efraím. Todo su ser se rebelaba contra ello. Y ahora llegaría el sacerdote y, en nombre de Yavé y del maldito sentido común, lo conjuraría a humillarse ante Efraím. Jefté endureció ya de antemano su corazón.

El sacerdote llegó. Estaba en pie ante Jefté, apoyado en su bastón, débil y frágil, la cabeza ridículamente grande sobre aquel cuerpo esmirriado; pero bajo las gruesas cejas que se unían en el centro, sus ojos perentorios tenían una mirada furibunda y enérgica.

Abijam dijo:

—La Tienda de Yavé y el sitial del juez están muy cerca una de otro en Mizpeh, pero desde hace meses falta el juez.

Jefté contestó:

—¿Acaso no negaste a mi cabeza el óleo sagrado? No fue el sacerdote quien me sentó en el sitial de juez, yo mismo lo hice. Así que es asunto mío decidir cuáles son mis obligaciones como juez.



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