La guerra de los judíos by Lion Feuchtwanger

La guerra de los judíos by Lion Feuchtwanger

autor:Lion Feuchtwanger [Feuchtwanger, Lion]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 1931-12-31T16:00:00+00:00


LIBRO CUARTO

ALEJANDRÍA

Formando un extenso y estrecho rectángulo, se desplegaba al borde del mar la capital de Oriente, la Alejandría egipcia, la ciudad más grande del mundo conocido después de Roma y, por cierto, la más moderna. Su perímetro era de veinticinco kilómetros. Siete grandes avenidas la atravesaban a lo largo y doce a lo ancho. Las casas eran altas y amplias y todas estaban provistas de agua corriente.

Situada en la intersección de las tres regiones del orbe, en el punto crucial de Oriente y Occidente, formando parte de la ruta hacia la India, Alejandría había llegado a ser el primer centro comercial de la tierra. A lo largo de los novecientos kilómetros de costas asiáticas y africanas, entre Jope y Paretonia, su puerto era el único que ofrecía un abrigo seguro. Allí se acumulaban el polvo de oro, el marfil, los perfumes de Arabia, las perlas del Golfo Pérsico, las pedrerías de la India y las sedas de China. Su industria, en la que se aplicaban los procedimientos más modernos, enviaba afamados tejidos a todos los países, incluso a Britania; fabricaba preciosos tapices y la indumentaria nacional de las tribus árabes e indias; producía magníficas cristalerías y célebres perfumes; suministraba papel al mundo entero, desde los más finos, para las cartas de las damas, hasta los más bastos, para hacer envoltorios.

En esa ciudad laboriosa trabajaban incluso los ciegos; ni siquiera los ancianos, por agotados que estuviesen, permanecían con los brazos cruzados. Del trabajo se obtenían cuantiosas ganancias y la ciudad no era avara. Mientras en las callejuelas estrechas de Roma y en las calles empinadas de Jerusalén estaba prohibida la circulación de vehículos, en las amplias avenidas de Alejandría resonaba el tráfico de miles de carrozas. Filas apretadas de carruajes lujosos recorrían sin cesar, en todas las direcciones, sus dos grandes paseos. En medio de vastos parques se alzaban gigantescos la residencia de los antiguos reyes, el Museo, la soberbia Biblioteca y el Mausoleo, con el sarcófago de cristal donde se guardaba el cadáver de Alejandro el Grande. El extranjero necesitaba semanas para visitar todas esas curiosidades, a las cuales habría que agregar el Santuario de Serapis, el Teatro, el Hipódromo, la isla de Faros coronada con su célebre faro blanco, los enormes almacenes de la industria y del puerto, la Basílica, la Bolsa donde se fijaba el precio de las mercancías para el mundo entero, y lo que no constituía, por cierto, el menor de sus atractivos: el inmenso barrio del placer, que desembocaba en la lujosa playa de Canope.

En Alejandría se vivía bien y con holgura. Innumerables eran los restaurantes y tabernas, donde se bebía la famosa cerveza de cebada del país. En los días autorizados por la ley, se efectuaban los juegos en el teatro, en el estadio de los deportes o en la arena. Los ricos ofrecían fiestas de un lujo exquisito, tanto en sus palacios urbanos como en sus villas de Eleusis y de Canope, o a bordo de sus embarcaciones de recreo. Los bordes



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