La guardia Fénix by Steven Brust

La guardia Fénix by Steven Brust

autor:Steven Brust
La lengua: spa
Format: mobi, epub
Tags: Fantástico, Novela
editor: ePubLibre
publicado: 1990-12-31T23:00:00+00:00


XXII

En el que se muestra que no sólo los historiadores tienen oídos fisgones

Desde la Puerta de las Banderas nuestros amigos habían bajado por la montaña hasta el pequeño pueblo de Siempreumbría, donde se detuvieron a descansar. Al día siguiente reanudaron la marcha temprano, a buen paso aunque no frenético; atravesaron el valle Floreciente y atravesaron el río Yendi en Puntollano hacia el mediodía del día siguiente, tras lo cual comenzaron la travesía de la pushta, esa sabana seca, sin cultivar, que rodea el desierto de Suntra. Hemos de señalar que el viaje se realizó en la peor época del año, es decir, en pleno calor del verano, pero como los guardias no tenían mucha prisa, se paraban a menudo cuando el calor arreciaba y descansaban en los hostales de los pueblos de la pushta. Por fin cogieron la barcaza que atravesaba el río Adrilankha en el cruce de Guilrock y comenzaron otra vez a ascender suavemente, pues no estaban más que en la falda, por así decirlo, de las montañas Orientales, donde se encontraba tanto su destino supuesto como el verdadero. Siguieron así, es decir, con paso reposado y disfrutando del viaje, hasta que llegaron a la montaña llamada Bli’aard y al pueblo de Vadarabenglo, a menos de un día de cabalgata de la montaña que albergaba Cararroja, el castillo y la fortaleza de Adron e’Kieron.

Tazendra, que había emprendido el viaje con un estado de ánimo reflexivo, daba la sensación de haber aceptado el consejo de Khaavren y a la sazón parecía estar pasándoselo muy bien; no paraba de dar órdenes a su lacayo, Mica, con gran estilo; el lacayo, debemos añadir, por lo visto disfrutaba tanto recibiendo órdenes como Tazendra dándolas. Servía vino, afilaba espadas, cuidaba de los caballos, servía la comida, preparaba los lechos y realizaba un sinfín de otras tareas que los compañeros hacían antes y de las que estaban encantados de librarse. Entre orden y orden, Tazendra bromeaba con Uttrik, discutiendo a gritos sobre la estética del paisaje o la naturaleza de las carreteras.

Durante el viaje la mirada penetrante de Pel iba de aquí para allá, como si se propusiera memorizar todo lo que veía; de tanto en tanto se detenía a mirar fijamente a alguna persona, un pueblo o un árbol, cuyo significado, al parecer, sólo él podía desentrañar.

Uttrik, como ya hemos dicho, se estaba encariñando con Tazendra y, por lo visto, jugaba a ver hasta dónde podía azuzarla sin que ella se enfadase. Discutía sus opiniones sobre cualquier tema, y si ella parecía a punto de encolerizarse, él se echaba enseguida a reír, con lo que conseguía disolver el enfado que pudiese estar incubando.

Aerich iba cómodamente montado en su caballo capón, un cramerie, embebiéndose de los paisajes que lo rodeaban y escuchando las conversaciones de sus compañeros sin perder su buen humor ni al parecer enterarse de lo que pasaba a su alrededor, es decir, perdido en sus pensamientos.

Al principio, Khaavren había disfrutado mucho del viaje, pero a medida que se acercaban a las



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