La forja de un rebelde II — La ruta by Arturo Barea

La forja de un rebelde II — La ruta by Arturo Barea

autor:Arturo Barea
La lengua: es
Format: mobi
Tags: Narrativa
publicado: 2009-01-06T00:00:00+00:00


En el patio grande, rodeado de las cuadras, se había puesto una gran mesa, un confortable sillón y, a ambos lados de él, una hilera de sillas. La documentación de los doce animales que iban a subastarse estaba sobre la mesa. Los paisanos a quienes se había dado entrada libre en el cuartel paseaban por el patio y entraban y salían en la cantina. Cegaba la luz del sol, reflejada por las paredes blanqueadas de cal. En esta luz cruda, los gitanos se mantenían quietos como estatuas, sus chaquetillas blancas resaltando la anchura de los hombros y la estrechez de la cintura ceñida por los pantalones de pana que se ensanchaban sobre las rodillas para cerrarse sobre el tobillo. Golpeaban rítmicos el empedrado del patio con sus varitas y cuchicheaban como conspiradores, contando sus monedas y pidiendo vino. Los caballos y las mulas estaban atados a lo largo del abrevadero, hundiendo de vez en cuando sus belfos en el agua, más para refrescarse que para beber. El patio entero olía a sudor de hombre y de caballo.

La gente estaba esperando desde las diez de la mañana, pero la subasta no empezaba hasta las once. A las once y media, el coronel de sanidad que iba a presidir llegó. Me sentía nervioso. Tenía que ser el rematante y el secretario de la subasta. Tenía que anotar el precio logrado, cobrar el dinero, escribir los recibos, entregar los documentos de cada animal a cada comprador y recoger su firma.

Por último, se estableció la mesa: el coronel veterinario, un viejo de movimientos lentos y reumáticos, con una voz chillona, se sentó en el sillón; y a su derecha e izquierda nuestro coronel, el comandante mayor, el capitán veterinario, el capitán ayudante y dos oficiales que yo no conocía.

Los gitanos se agruparon en un círculo alrededor de la mesa. El capitán veterinario, de pie en el centro, dio la orden de traer el primer caballo: me levanté a mi vez y leí en voz alta:

—Fundador. Tres años. Seis dedos sobre la marca. Bayo con capa blanca sobre el lomo. Tuberculosis pulmonar. Tasa: cincuenta y cinco pesetas.

Cada seis meses los caballos y mulos inútiles para el servicio se vendían en pública subasta. El caballo tuberculoso era una criatura espléndida, de patas finas, a través de cuya piel corrían estremecimientos nerviosos. Un viejo gitano con el sombrero terciado sobre la nuca se adelantó, levantó los labios del caballo para descubrir los dientes y miró sus encías. Le dio unas palmaditas en las ancas y dijo lento:

—Setenta y cinco pesetas.

Una voz en el corro gritó:

—Cien.

El viejo gitano hundió sus manos en las costillas del caballo y esperó inclinado, escuchando el respirar agitado de la bestia. Después se puso a un lado, hizo una pausa, volvió al centro del círculo y dijo al otro postor:

—Para ti, hijo.

—¿No hay quien dé más? —grité.

Silencio.

—Adjudicado.

Un gitano joven se adelantó, desató cuidadosamente las cintas de su cartera, liadas en diez vueltas, y puso un billete de cien pesetas sobre la mesa. Lo tomé, anoté su nombre y señas y le di un recibo.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.