La Florida del Inca by el Inca Garcilaso de la Vega

La Florida del Inca by el Inca Garcilaso de la Vega

autor:el Inca Garcilaso de la Vega [Garcilaso de la Vega, el Inca]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 1604-12-31T16:00:00+00:00


CAPÍTULO XI

Pasa el ejército el río de Cofachiqui, y alójase en el pueblo[90] y envían a Juan de Añasco por una viuda

La señora de Cofachiqui, hablando con el gobernador en las cosas que hemos dicho, fue quitando poco a poco una gran sarta de perlas gruesas como avellanas que le daban tres vueltas al cuello y descendían hasta los muslos. Y, habiendo tardado en quitarlas todo el tiempo que duró la plática (con ellas en la mano), dijo a Juan Ortiz, intérprete, las tomase y de su mano las diese al capitán general. Juan Ortiz respondió que su señoría se las diese de la suya porque las tendría en más. La india replicó que no osaba por no ir contra la honestidad que las mujeres debían tener. El gobernador preguntó a Juan Ortiz qué era lo que aquella señora decía, y, habiéndolo sabido, le dijo: «Decidle que en más estimaré el favor de dármelas de su propia mano que del valor de la joya y que, en hacerlo así, no va contra su honestidad, pues se tratan de paces y amistad, cosas tan lícitas e importantes entre gentes no conocidas». La señora, habiendo oído a Juan Ortiz, se levantó en pie para dar las perlas de su mano al gobernador, el cual hizo lo mismo para recibirlas y, habiéndose quitado del dedo una sortija de oro con muy hermoso rubí que traía, se la dio a la señora en señal de la paz y amistad que entre ellos se trataba. La india lo recibió con mucho comedimiento y lo puso en un dedo de sus manos. Pasado este auto, habiendo pedido licencia, se volvió a su pueblo dejando a nuestros castellanos muy satisfechos y enamorados así de su buena discreción como de su mucha hermosura, que la tenía muy en extremo perfecta, y tan embelesados quedaron con ella que entonces ni después no fueron para saber cómo se llamaba, sino que se contentaron con llamarla señora, y tuvieron razón, porque lo era en toda cosa. Y como ellos no supieron el nombre, no pude yo ponerlo aquí, que muchos descuidos de éstos y otros semejantes hubo en este descubrimiento.

El gobernador se quedó en la ribera del río para dar orden que con brevedad lo pasase el ejército. Envió a mandar al maese de campo que con toda presteza viniese la gente donde él quedaba. Los indios entretanto hicieron grandes balsas y trajeron muchas canoas, y, con la diligencia que ellos y los castellanos pusieron, pasaron el río en todo el día siguiente, aunque con desgracia y pérdida, que por descuido de algunos ministros que entendían en el pasaje de la gente se ahogaron cuatro caballos, que, por ser tan necesarios y de tanta importancia para la gente, lo sintieron nuestros españoles más que si fueran muertes de hermanos.

Alonso de Carmona dice que fueron siete los caballos que se ahogaron y que fue por culpa de sus dueños, que de muy agudos los echaron al río sin saber por dónde habían



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