La flor azul by Alejandro Alonso

La flor azul by Alejandro Alonso

autor:Alejandro Alonso [Alonso, Alejandro]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2012-11-15T00:00:00+00:00


XXI

Los rayos del sol dan de lleno sobre su cara. Abre los ojos y se cubre el rostro con una mano. Los labios le punzan de dolor, agrietados, resecos y con la carne viva justo por la mitad; una pasta de saliva se le acumula alrededor de la boca. Desconcertado, corre el cierre de su bolsa de dormir y se sienta. Se frota los miembros con ansia, las muñecas, los codos, las rodillas, los hombros, las piernas. Se quita las botas y estira sus dedos; tiene los pies hinchados. Toma el recipiente con agua, congelado hasta poco menos de la mitad. Alza el envase como quien levanta un trofeo y le sobreviene una risa nerviosa, compulsiva, que le hace derramar lágrimas. A la luz del día, el trance librado se le revela con toda su magnitud. Sólo hasta que se levanta logra controlarse.

La cordillera de montañas ahora se le figura como un camaleón perezoso, renuente a despegarse del sueño. A sus pies, los poblados parecen migajas de pan. Alrededor del árbol donde está, las biznagas le ganan terreno a los chaparrales. El terreno es más agreste. Las hiedras se extienden con sus extremidades plagadas de espinas punzantes, álgidas. En aquella área ya asoman las yucas y se le semejan indios con largos penachos prestos para el combate; también los órganos aparecen diseminados como faros para guiar al náufrago, con su sobriedad de monolitos vegetales capaces de contener el destino de la vida y la muerte.

Despeja su aturdimiento. Bebe un sorbo de agua enriquecida con el sabor mineral del hielo. Orina y defeca. Siente alivio después de esa noche. La Loma del Camaleón está a un palmo de distancia. De haberse despertado al rayar el amanecer ya estaría ahí. Come una naranja, queso, pan y la otra mitad del aguacate. Toma agua. Sacude la bolsa de dormir, la amarra; acomoda sus pertenencias. Decidido, retoma la búsqueda, con la intención de hallar la flor azul y regresar al poblado ese mismo día, sin importarle la noche, inconsciente todavía de esa otra dimensión del tiempo donde su cuerpo es un minuto, un segundo, una fracción, una milésima. Nada. Para lograr su objetivo tiene dos opciones: volver por la ruta de polvo o abrir su propio camino por el plano inventivo de la vegetación. Opta por esto último, cautivado por los contrastes de colores de los cactus con sus formas ambulantes, simples y bizarras, indefensas y agresivas, con su coraza rudimentaria y a la vez ostentosa de un entramado geométrico elevado a la perfección.

Al cabo de una hora se encuentra en la Loma del Camaleón. Durante la travesía, tras su paso impulsivo, las ortigas le espinan las pantorrillas; trae las agujetas de sus zapatos atestadas de cardos. Aunque más esporádicos, en la Loma del Camaleón se dejan ver los huizaches; bajo la sombra de uno de estos y refugiándose del calor que hacia el mediodía rebasa la treintena de grados, el muchacho se arranca las espinas. Al amparo de las ramas, se quita la camiseta y bebe agua.



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