La expedición de Humphrey Clinker by Tobías Smollett

La expedición de Humphrey Clinker by Tobías Smollett

autor:Tobías Smollett
La lengua: spa
Format: epub
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España
publicado: 2016-04-24T16:00:00+00:00


Harrigate, 26 de junio

Matt. Bramble

Para sir WATKIN PHILLIPS, baronet,

en el Jesus College, Oxford

Querido caballero:

La vida que llevábamos en Harrigate se me hacía tan agradable que dejé el lugar con cierta tristeza. Nuestra tía Tabby habría puesto sin duda objeciones a una partida tan repentina, si un incidente no la hubiera enemistado con el señor Micklewhimmen, el abogado escocés cuyo corazón estaba tratando de conquistar desde dos días después de nuestra llegada. Dicho individuo, aunque en apariencia privado del uso de sus miembros, sabía cómo sacar el máximo provecho de su genio: es decir, que a fuerza de quejidos y gemidos, despertaba la compasión de la gente de tal modo que una anciana que ocupaba la mejor habitación de la casa se la cedió para que estuviese más cómodo. Cuando su criado lo llevaba al salón, todas las damas se conmovían. Una le acercaba un sillón; la otra le ahuecaba un cojín; una tercera le llevaba un taburete; y una cuarta, una almohada para que apoyara los pies. Dos damas (una de las cuales era invariablemente Tabby) lo acompañaban al comedor y lo acomodaban en la mesa, y su gusto se veía satisfecho por una sucesión de platos delicados escogidos por sus blancas manos. Él devolvía todas esas atenciones con una profusión de cumplidos y bendiciones, que aún resultaban más agradables porque los pronunciaba en dialecto escocés. Doña Tabitha era la destinataria de la mayor parte de esas alabanzas, que entremezclaba con reflexiones religiosas acerca de la Gracia, pues conocía su inclinación por el metodismo, que también él profesaba según el modelo calvinista.

Por mi parte, no pude sino pensar que dicho abogado no estaba tan enfermo como pretendía, pues observé que comía copiosamente tres veces al día y bebía con mucha frecuencia y gran deleite el contenido de una botella que, pese a que la etiqueta dijera «tintura estomacal», yo sospechaba que no se había preparado en la trastienda de un boticario sino en el lagar de un vinatero. Un día, mientras hablaba muy serio con doña Tabitha, y aprovechando que su criado había salido, cambié hábilmente su botella por la mía, no sin antes intercambiar las etiquetas. Al probar su tintura, descubrí que era un excelente burdeos. Se la pasé al resto de los comensales, que la vaciaron antes de que el señor Micklewhimmen tuviera ocasión de volver a servirse. Por fin, se volvió, cogió mi botella en lugar de la suya, llenó un vaso hasta el borde y brindó a la salud de doña Tabitha. Apenas rozar los labios se percató del cambio y al principio se quedó un poco desconcertado. Dio la impresión de reflexionar un instante y, al cabo de medio minuto, tomó una decisión: se volvió hacia donde estábamos y dijo:

—Felicito a los jóvenes por su sentido del humor, es una broma muy graciosa, pero a veces hi joci in seria ducunt mala.[12] Espero, por su bien, que no se hayan bebido todo el licor, pues se trataba de una poderosa infusión de jalapa en vino



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